El niño que no quiso crecer

Oscar Mendoza Camino.

Yo soy Ángel, ciudadano del cielo y habitante de la tierra. Así como ustedes me ven, pequeñito y de rostro infantil, tengo veinte años. Mi hermanito, que tiene diez, es casi el doble de mi tamaño. Soy el niño que no quiso crecer.

No sé mucho sobre la vida, pero sé que los niños imitamos a los adultos, y desde que tengo entendimiento he visto que los adultos siembran el odio, provocan la guerra y destruyen el mundo; por eso no he querido crecer.

Los adultos, que ayer fueron niños, hoy se han olvidado de nosotros; tal parece que no les importamos, y mientras dicen que somos el futuro, ellos agotan las reservas heredadas del pasado, destruyen los bosques, contaminan el aire, la tierra y los ríos, en una carrera desenfrenada por llegar primero a ninguna parte.

El adulto de hoy, quiere escuchar su nombre en la radio y verse en la televisión en programas pre-grabados. Quiere que los periódicos hablen de él, su lema es “fama y fortuna” y está dispuesto a pagar el precio aun a costa de su honra, valioso tesoro con que nace cada ser humano y que, según ellos, sólo sirve para morirse pobre. El adulto de hoy quiere también asegurarse un lugar en libros que narren una historia prefabricada de su vida, una historia que diga todo lo bueno que -nunca- fue, y que él pagará con su dinero, y por su dinero recibirá placas y reconocimientos en actividades que él patrocinará, y será dueño de una fundación que llevará su nombre.

El adulto de hoy crea albergues y orfanatos, para disimular el origen de su fortuna y para  promover una imagen positiva que le permita conquistar el favor del pueblo y darse una vida de Rey a costa del sudor de los demás. Muchos de estos orfanatos que ellos mantienen albergan niños a los que dicen proteger, mientras no dejan de explotar y matar de hambre a miles de esclavos que disfrazan con el nombre de obreros o empleados; en consecuencia, miles de niños nacen y crecen desnutridos, o mueren prematuramente, mientras los hijos del adulto de hoy, bautizados con www.com, crecen fuertes y rozagantes, estudian en buenos colegios y asisten a las mejores universidades, donde aprenden derecho y se especializan en la política, la cual han convertido en el arte que enseña la magia de convertir la verdad en mentira, y viceversa.

El adulto de hoy, del que hablo, no es el pobre adulto jornalero, ni el explotado obrero, ni el agricultor que trabaja de sol a sol, ni del empresario o comerciante honesto que devuelve  al pueblo parte de sus beneficios, ni de muchos otros, víctimas de la injusticia social, ¡NO! De quienes hablo es: Del adulto sin conciencia, del político y funcionario corrupto. Hablo de los trogloditas que sirven de mal ejemplo a los niños de hoy. Hablo del que con la mano izquierda le quita diez al pobre, y le devuelve tres con la mano derecha, y luego quiere que se lo agradezcan. Hablo de los mercaderes que no comparten con el pueblo los beneficios que del mismo pueblo obtienen, y de los que se destornillan de la riza mientras leen estas líneas donde se ven retratado de cuerpo entero y a colores. Hablo de ese adulto que no tiene tiempo ni para conversar con sus hijos, porque está demasiado ocupado con su candidatura queriendo convencer al pueblo de que los niños pobres también son el futuro y hay que protegerlos porque, según piensan ellos, si no se protegen estos niños de hoy ¿Quién diablo recogerá mañana la basura que dejen los adultos de hoy? Hablo de los que generan pocos o ningún recurso y, con dinero prestado que no pagarán ellos, se jactan de hacer obras para los pobres del pueblo.

En fin, hablo de esos adultos, ricos en dinero pero pobres de corazón, prepotentes y arrogantes semidioses que se escudan en el poder para hacer valer sus intereses personales. Hablo de esos adultos y, sobre todo, hablo de aquellos que justifican su mal sanos hechos, diciendo: «Fuimos elegidos por el pueblo» y aunque el pueblo aparentemente, según las circunstancias, nunca tuvo la mejor opción, esos “adultos” también son culpables de que dudemos de los pocos ciudadanos honestos que día a día abandonan la batalla por carecer de armas para luchar en contra del flagelo de la corrupción y la ignorancia. Hablo de esos adultos, y no del adulto honrado. Hablo de esos adultos, y no del adulto responsable. Hablo de esos adultos, y no del adulto honesto. Hablo de esos adultos y de los que abandonaron su honra y se dejaron contaminar por los vampiros que se alimentan del sudor y la sangre de ciudadanos indefensos.

Por  eso no quiero crecer. Porque no quiero correr el riesgo de ser como esos adultos. Porque no quiero tener mañana un albergue con mi nombre, recogiendo niños que nunca debieron estar en la calle. Por eso no quiero crecer, en este gran orfanato que será el mundo en un futuro cercano.

Por eso prefiero seguir siendo el niño que soy:

Huérfano de padre, porque no lo conozco.

Huérfano de madre, porque la desesperación la llevó a la locura y ya ni me reconoce.

Huérfano de amigos, porque el sentido de la amistad hoy es de supervivencia, y

Huérfano de los políticos, porque ninguno me cree mayor de edad para darle mi voto.

Por eso no he querido crecer, porque los niños imitamos lo que vemos hacer a los adultos, y yo no quiero hacer lo que ellos hacen. Prefiero ser siempre un niño que juega con su caballo de palo, a tener que montar mañana un tanque de guerra. Prefiero ser el niño que sonríe triste, y no el adulto que llora de tanto reírse de los demás. Prefiero ser el niño pobre que envejece y sigue siendo niño, y no el adulto que, acumulando riquezas mal habidas, no hace nada para que los niños pobres también puedan crecer. Prefiero ser el niño que construye castillos en la arena, y no el adulto que creando monumentos por la paz, en secreto blande el sable de la guerra. Prefiero morir si por desgracia llego a ser adulto, y no sigo por dentro siendo un niño.

Por: Oscar Mendoza Camino