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Batalla Electoral 2024

El Nobel... y la paz como estafa

Es conocido el creciente descrédito del Premio Nobel de la Paz. Recordemos el otorgado a Henry Kissinger y otras lacras parecidas.

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Es conocido el creciente descrédito del Premio Nobel de la Paz. Recordemos el otorgado a Henry Kissinger y otras lacras parecidas.

Pero eso no es todo: cuando le fue concedido ese premio a Obama, en pleno ejercicio de una guerra imperialista global de matriz estadounidense, la pendiente de esa degradación se profundizó en extremo.

Pero eso todavía se quedó corto, puesto que esas premiaciones han seguido cambiando para peor hasta llegar a darle el galardón a un criminal de guerra a cambio de una paz no concretada en la realidad y con características de estafa de lesa humanidad.

El presidente colombiano Juan Manuel Santos – ministro de guerra de los “falsos positivos” del ex-presidente Álvaro Uribe, del terrorismo de Estado, del para-militarismo asesino y de la guerra sucia de última generación (aupada por el “Pentágono vía el Plan Colombia” y “Plan Patriota”)- acaba de ser condecorado en medio de los sucesivos fracasos y obstrucciones sistémicas a los ya de por sí inviables y tramposos acuerdos de paz concertado con las FARC-EP en la Habana.

Inviables y tramposos porque las causas estructurales, las raíces de la guerra en colombiana, finalmente no fueron contempladas en ninguno de los dos textos, el segundo peor que el primero.

-Porque que en ellos no se tocó la ausencia de soberanía nacional en la Colombia actual, su condición de país recolonizado, la maquinaria militar establecida por EEUU en su territorio (incluida siete bases militares y unidades especializadas), ni su rol militar y paramilitar en la estrategia regional de intervención y guerra del Pentágono.

-Porque se dejó intacta la institucionalidad y el orden jurídico-político santanderista que sirve a la violencia estatal y para-estatal dominante, ni se garantizó la posibilidad de reemplazarlos a través de una ASAMBLEA CONSTITUYENTE y SOBERANA.

-Porque no se contemplaron la superación del modelo neoliberal, el TLC, la brutal con concentración de la propiedad; ni el conjunto de los mecanismos de generación de pobrezas y desigualdades. Tampoco la desmilitarización estatal.

-Porque el desarme consignado sería unilateral, solo de la contraparte insurrecta (FARC-EP), incierto en lo relativo a la maquinaria terrorista estatal y paramilitar; provocando, en consecuencia, un peligroso desequilibrio que pondría en riego el resto de los acuerdos y la propia seguridad de los/as combatientes que pasen a la vida legal, así como las de innumerables dirigentes y activistas de los movimientos sociales y las izquierdas. Y si se quiere poner en duda esta aseveración, solo habría que pasarle revista a los crímenes y represiones posteriores a las sucesivas firmas de esos acuerdos.

-Porque el Estado y los poderes permanentes establecidos, así como las derechas colombianas, -ya sea capitaneadas por Álvaro Uribe, por Santos u otros- no tienen la voluntad de cumplir ni siquiera los débiles acuerdos plasmados en el papel, tal y como se ha evidenciado a la hora de su implementación. Más bien desde falsas posturas pro-paz y evidentes resistencias hacen usos electorales del tema y persiguen, con planes diferenciados, destruir la insurgencia revolucionaria sin cambiar significativamente el modo de gobernar y dominar esa sociedad.

* NO SON FUERZAS NI MECANISMOS DE PAZ.

Esas instituciones, esa cúpula partidocrática, esas elites lumpen-burguesa y el lumpen imperialismo que las tutela, no son fuerzas de paz ni de cambios democráticos. Las anima incluso un odio serval (expreso o encubierto) al rol histórico de las FARC-EP; odio que no se detiene ni siquiera cuando la mayoría de su alta dirección operativa y ejecutiva, como sucede ahora, ha dado clara muestra de ablandamiento y de hacer concesiones que ya están resultando muy costosas.

Esas derechas y el imperio están empeñadas en liquidar la insurgencia con el empleo de variados métodos y procedimientos que no se detienen en ninguna mesa de diálogo, ni en ningún acuerdo firmadi, ni en ninguna ceremonia hipócrita, sea en Cuba o Cartagena, como pasó la primera vez; o en el Teatro Colón en Bogotá, como pasó la segunda vez. Su meta es tratar de liquidar la insurgencia por la vía que sea dejando en Colombia casi todo igual, para así facilitar el despliegue del plan imperial contra Venezuela bolivariana y contra todos los procesos independientes amenazados por las fuerzas imperialistas y locales al servicio de las contra-reformas y la contra-revolución.

Las grandilocuentes ceremonias alrededor de esos acuerdos han sido puros shows mediáticos, que no se traducen en hechos de paz ni en respeto a la parte contraria. Las burlas oficiales

suceden a la promesas y compromisos contraídos, por limitados que sean; lo que incluso ya está motivando quejas amargas de algunos voceros de FARC-EP cuando se hacen los inventarios de los recientes incumplimientos gubernamentales; sin que todavía dejen de hablar de un destartalado “acuerdo definitivo” y sin decidirse a emprender rectificaciones consistentes.

Es más: en verdad no hay acuerdo definitivo, sino una maniobra gubernamental de la que se agarra una corriente oportunista de la insurgencia en busca de su paso a la legalidad, sin perspectiva de paz duradera.

Y eso es histórico. Así ha acontecido en cada proceso de negociación de la paz, entre los más recientes con el del M-19, los diálogos que motivaron a las FARC y al Partido Comunista a formar la Unión Patriótica para actuar en el terreno legal-electoral, que le costó la vida a más de 4000 militantes revolucionarios, y los diálogos del Caguán de los que oportunamente salieron intactas las FARC..

* AHORA: DOS FRACASOS SUCESIVOS.

Ambos acuerdos, con ciertas variaciones en sus respectivos contextos y procedimientos, han fracasado, creando un limbo no precisamente pacífico, que obliga a la inhibición de todas las partes y produce un gran desconcierto.

El golpe mortal se lo dio el resultado del plebiscito y muy especialmente una abstención del 63% de la población electoral, ya que el 18% por el SÍ y el 18 y piquito por el NO en verdad no rebasaron el disminuido peso electoral de Uribe y de Santos.

Y es que si en la primera trampa no había que caer, si en el primer acuerdo no se debieron aceptar la evasión del tema soberanía-bases militares gringas, el desarme unilateral, la forma superficial e imprecisa en el tratamiento del paramilitarismo, el descarte de la Asamblea Constituyente y la evasión de un conjunto de cambios estructurales (urbanos y agrarios) colocados en el congelador de la Mesa de Dialogo de la Habana; en la segunda, mucho menos, y menos aun después que el pueblo sabiamente no concurriera a las urnas de un plebiscito manipulado por Santos y por Uribe y luego de que las enmiendas para complacer a Uribe y comparsa apuntaran en dirección a la impunidad total y a configurar un texto peor, que por demás no logra consenso en la mayorías populares.

Uribe lo objeta en la lógica de una derecha que aspira a un tercero o cuarto acuerdo más perjudicial para la insurgencia, a una especie de rendición total, equivalente al suicidio de la insurgencia.

Santos y su gobierno no quieren o no pueden ejecutar los compromisos y promesas oficiales, con efectos parecidos.

Las víctimas del terrorismo de un Estado criminal de larga data y amplios sectores de la sociedad no se sienten representadas en esas negociones luego de que el Secretariado de las FARC-EP reculara en lo que jamás debió ceder.

El fenómeno de la incredulidad popular, de la desconfianza de gran parte de la sociedad colombiana en ese poder criminal que conforman el Estado delincuente, la voraz clase dominante, las claques que hacen negocios con la guerra y las narco-mafias, destrozó el primer acuerdo y tiende a pulverizar la segunda, dado que refuerza las justas reservas en expansión.

En ese contexto todo parece indicar que el grueso de la insurgencia fariana – no pocos mandos y mucha guerrillerada, se ha puesto bronca, chiva, desconfiada.

Crecen, por demás, las contradicciones y la tendencia a la desarticulación del disciplinado conjunto y a la dispersión política.

Amplios sectores combatientes se resisten soterradamente a aceptar pasivamente el acorralamiento y el alto mando responsable de ese entrampamiento tiende a perder la autoridad ganada.

Mientras tanto las derechas muestran sus garras, sus pugnas y sus incumplimientos… mientras la maquinaria del crimen se reactiva y ejecuta, la estafa política se torna más evidente y crecen las reservas frente un seudo-proceso de paz a todas luce trabado.

Y en esa misma dimensión la jefatura político-militar que optó fallidamente por esa ruta y sigue demandándole a Santos, al Estado y los poderes fácticos cumplir con un supuesto “acuerdo definitivo” ya deslegitimado (el primero también se dijo que era “definitivo”) y cada vez más inexistente, tiende a perder el control de la organización, auto-debilita su hegemonía central y se ve forzada a hablar en otros términos, abriéndole espacio en su discurso al “Plan B” y a la posibilidad de “reanudar la lucha armada”, sin optar por la autocritica.

* MENSAJE MUY REVELADOR DE TIMOCHENKO.

En el mensaje a que hago referencia -publicado el pasado 8 de diciembre del año en curso en la pagina digital “LAS DOS ORILLAS”- posiblemente sin proponérselo el Comandante en Jefe de las FARC-EP devela al parecer su preocupación frente a ciertas expresiones ( soterradas unas, abiertas otras) de una crisis interna en desarrollo, consecuencia directa de un fracaso político no admitido; fracaso que podría estar afectando la cohesión de esa organización de vanguardia en medio de otro intento inconsistente de pasar a la legalidad aceptando la institucionalidad vigente y exponiéndose a una salida sumamente onerosa, que ya le ha causado daños -algunos irreparables en el corto plazo- a la FARC.

El referido mensaje luce a la defensiva en lo interno y tiene todas las características de un esfuerzo y/o maniobra para contener el malestar que sus propias decisiones han generado.

De entrada llama la atención, que sobre temas y recomendaciones tan trascendentes, ese texto sea ahora asumido solo a nivel personal y no a nombre del Secretariado o del Estado Mayor; al tiempo de reconocer por primera vez que la consecución de ese acuerdo de paz con el gobierno pudo lograrse gracias al “apoyo de una gran mayoría de mandos y combatientes” ( y no de la totalidad). Reacción que parece indicar que ese apoyo tiende a desvanecerse a consecuencia de los pésimos resultados de ambos pactos, amén de que en su errática fase final se trató de una decisión de cúpula.

Timochenko menciona el plebiscito que él y otros dirigentes finalmente aceptaron sin detenerse a analizar las causas de sus resultados y sobre todo el significado de la enorme abstención que lo ilegitimó y puso en evidencia el desprecio de una gran parte de la sociedad por ese tipo de acuerdo carente de garantías de paz.

Igual silencia la contradicción entre un “acuerdo de paz definitivo” con la presencia en territorio colombiano de siete bases militares y una maquinaria de guerra de cara a las riquezas naturales amazónicas ambicionadas por una súper-potencia imperialista que ha declarado la “guerra global infinita”.

Luego del plebiscito accedieron a enmiendas que lo empeoraron, sin garantías de que la Corte Constitucional apruebe por vía rápida las leyes necesarias para su implementación y poniendo en manos de ese organismo y de un Congreso dominado por las derechas la nueva ruta hacia la “paz”.

En medio de esa inseguridad previsible Timoleón Jiménez (Timochenko) hace reiterados llamados “a la unidad” y “a la disciplina interna”, incluso “leninista”, lo que sugiere que este nuevo paso en falso tiende a acrecentar el malestar y las divergencias.

Admitiendo la existencia una de una “difícil encrucijada” que bien podría alterar los ánimos, el comandante en jefe de las FARC-EP exhorta a “actuar con mucha sabiduría, habilidad, cabeza fría y serenidad, a fin de que todos unidos, hallemos la salida más acertada a la actual coyuntura y sus consecuencias”.

Y previendo el fracaso de su insistencia en un ilusorio “acuerdo de paz definitivo” en un contexto que a todas luces lo imposibilita, califica al presidentes Santos de “pusilánime” (algo impensable antes de esta “encrucijada”) y recurre entonces a plantear la posibilidad de “retomar las armas” recomendando un “Plan B” consistente en que “cada mando, de acuerdo con el terreno, las masas y la fuerza con que cuenta, tiene la responsabilidad de definir cuál es su plan B, cuyo objetivo inicial es conservar la fuerza que tiene a su cargo”. Ese giro verbal a la izquierda es al parecer un producto de las presiones y cuestionamientos a que están sometidos él y demás responsables de ese érratico y inesperado viraje en las negociaciones paz.

 

Si algo demuestra todo esto es que el sistema que opera contra el pueblo colombiano no está en la tesitura de cumplir con nada que implique garantías de paz, soberanía nacional, democracia real y derechos, porque es un importante engranaje regional de la estrategia de guerra del imperialismo estadounidense: una especie de Israel en nuestro continente.

Por lo que valen como necesarios los mayores esfuerzos para recomponer el ejército popular irregular más importante de la región latino-caribeña; esfuerzos que pasan por derrotar políticamente la concepción reformista, oportunista, posibilista, que se ha incubado en su seno y provocado un viraje temporal a un costo político negativo todavía difícil de estimar.

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