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El nuevo escenario político nacional

Enfoque

Evitar un escenario de este tipo constituye un reto de la mayor importancia tanto para los partidos políticos como para el resto de los sectores sociales comprometidos con el avance y la consolidación del sistema democrático.

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El Partido Revolucionario Moderno (PRM), liderado por el presidente Luís Abinader, obtuvo un contundente triunfo en las elecciones presidenciales y congresuales, el cual se suma a la también resonante victoria en las elecciones municipales. El electorado le ha dado prácticamente todo el poder al PRM, el cual participó en las elecciones con veinte partidos políticos aliados. Le otorgó tanto la presidencia de la República como una supermayoría en ambas cámaras legislativas. El PRM tiene, pues, el control del escenario político-institucional, pues en esos órganos de elección directa se decide la composición de una variedad de órganos constitucionales de elección indirecta, como la Junta Central Electoral (JCE), la Cámara de Cuentas y el Defensor del Pueblo, además de lo que compete al Consejo Nacional de la Magistratura (CNM).

            Seis meses atrás, la encuesta Greemberg-Diario Libre presentó un cuadro de simpatía electoral en el que el PRM-Luís Abinader mantenía una posición puntera con una cómoda ventaja, pero sin que mostrara una expansión considerable de su base electoral. De hecho, aparecía con unos puntos por debajo de lo que había alcanzado en las elecciones de 2020. En el tiempo transcurrido desde ese momento al día de las elecciones se produjo un cambio significativo en el estado de las preferencias electorales, lo que hizo que Abinader alcanzara 57.45% de la votación. Se trata de un porcentaje envidiable para cualquier candidato en cualquier parte del mundo, pero el discurso del PRM en la última parte de la campaña, centrado en la consigna “rumbo al 70%”, hizo que se percibiera que había quedado corto en el alcance de su meta.

            El presidente Abinader obtuvo 2,505,509 votos, con lo que superó en 350,643 votos su resultado de 2020. No llegó a sobrepasar los 2,847,438 que obtuvo Danilo Medina en el 2016, pero fue un crecimiento significativo. Como mostró la encuesta Greemberg, en el último semestre se produjo una combinación de factores políticos que beneficiaron la candidatura de Abinader. Por un lado, este logró consolidar y ampliar su apoyo electoral, en lo que su política sobre el tema haitiano jugó un papel importante, mientras que, por el otro, la oposición no logró presentar una propuesta suficientemente atractiva y motivadora que hiciera posible un cambio en la correlación de fuerzas y provocara una segunda vuelta electoral. Esta columna planteó, dos semanas antes de las elecciones, que el sistema de dos períodos presidenciales, como muestra la experiencia de Estados Unidos donde se creó, favorece al incumbente, a menos que se produzcan situaciones extremas, como sucedió con la crisis financiera de 2003-2004, que generen un gran descontento en la población con el presidente que procura la reelección.

            En lo que concierte a la oposición, sin duda que la Fuerza del Pueblo (FP) y su candidato Leonel Fernández lograron un notable avance electoral. Una votación de 1,258,171 votos, con un porcentaje de 28.85%, es un resultado nada despreciable para un partido nuevo, aunque con un líder con experiencia y reconocimiento nacional. Sin duda, una buena parte de esa votación salió de los simpatizantes del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), según ya habían previsto las encuestas Greemberg y Mark Penn/Stagwell, lo cual deja la interrogante de hasta qué punto la FP logró expandir su base electoral hacia otros sectores de la sociedad dominicana más allá de lo que, por falta de un mejor término, podría denominarse el “universo peledeista”.

            Por su parte, el PLD resultó ser el gran perdedor de esta contienda electoral al pasar de 2,847,438 votos en el 2016 y 1,537,078 votos en el 2020 a sólo 453,104 votos en esta elección presidencial, a lo cual se agrega que no obtuvo ninguna senaduría y alcanzó el más bajo número de diputados entre los principales partidos políticos con representación congresual. El PLD tiene muchos logros que mostrar de sus ejecuciones gubernamentales en términos económicos, políticas sociales, infraestructura y gobernabilidad que sólo el tiempo pondrá en su justa dimensión, pero necesita con urgencia pasar balance a lo que ocurrió y plantease cómo llevar a cabo una renovación creíble que lo mantenga como un componente relevante en el sistema de partidos políticos dominicano.

            El poder tan amplio que obtuvo el PRM ofrece grandes oportunidades a ese partido, pero también lo expone a grandes riesgos. Ya no podrá invocar el discurso de culpar a otros, decir que tiene poco tiempo en el gobierno o que enfrenta una oposición obstruccionista que le impide tomar decisiones. Habiéndole otorgado tanto poder, el electorado espera que este partido responda a sus necesidades y expectativas. Por su parte, los dos principales partidos de oposición tienen también retos importantes. La FP procurará consolidarse como el principal partido de oposición, pero para llegar a ser una opción verdaderamente competitiva en el 2028 tendrá que expandir su base electoral hacia amplios segmentos de las clases medias que se desplazaron hacia el PRM en las elecciones de 2020 y que se mantienen en la columna de ese partido, mientras que el PLD tiene como principal desafío lograr su propia supervivencia y plantearse una estrategia de renovación de su discurso y su liderazgo, así como buscar maneras efectivas de reconectar con la sociedad.

            Otro aspecto relevante en estas elecciones es el 45.63% de abstención electoral. Ese porcentaje indica que una amplia franja de la sociedad no se sintió convocada ni por el partido gobernante ni por los partidos de oposición. Este no es un hecho menor en el sistema electoral dominicano, con su larga historia de alta participación política e identificación partidaria del electorado. Podrá decirse que esto no constituye, en lo inmediato, un problema serio para el sistema político, pero si esa tendencia se acentúa se creará un “terreno político de nadie” que será ocupado no por partidos políticos comprometidos con la estabilidad y la gobernabilidad democrática, sino por líderes populistas y extremistas, como muestra la experiencia comparada. Evitar un escenario de este tipo constituye un reto de la mayor importancia tanto para los partidos políticos como para el resto de los sectores sociales comprometidos con el avance y la consolidación del sistema democrático.

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