Desesperado por las pérdidas como ha de estarlo un país que 96 centavos de cada dólar que exporta lo recibe del petróleo, Venezuela fue la convocante urgente de la cumbre de los países de la OPEP celebrada la semana anterior en Viena para tratar de revertir la bajada de los precios del crudo, pero más le hubiese valido que el cónclave no se efectuara, porque sus socios respaldaron la posición de Arabia Saudí, contraria al recorte de producción que pedía Venezuela.
Venezuela había sido pieza estelar desde la fundación de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo, en 1960, para entonces el principal productor mundial de las cinco naciones fundadoras, y la impulsora de la revitalización de esa entidad a mediados de los setentas, y permanentemente una voz de mucho peso, pero en el último encuentro ha quedado como un ente desquiciado.
La fórmula de reducir 1,5 millones de barriles diarios de producción para recuperar los precios del petróleo fue tomada como broma hasta que los concurrentes a la reunión de Viena se percataron de que Venezuela ignoraba totalmente que el mercado habría experimentado cambios que hacían que esa medida surtiera efectos adversos a los de otros tiempos para la OPEP.
La propuesta de los saudíes se impuso, que la prioridad sea el mantenimiento de la cuota que tienen en el mercado mundial los productores de la OPEP, y que los precios se mantengan como están o más bajos por lo menos por dieciocho meses, ¿y quién ganará el pulso al fin?, los productores de petróleo barato.
Hay un nuevo actor en el escenario que ha creado una realidad distinta a la que OPEP estaba habituada a manejar: Estados Unidos, que ha reducido su demanda de petróleo en más de un 30% y ha incrementado su producción al nivel tal que el año próximo se convertirá en el principal productor del mundo. En 2014 ha llegado a 8,53 millones de barriles diarios y en 2015 proyecta 9,53.
Para lograrlo ha tenido que valerse de una tecnología no convencional, el cavado horizontal y el fracking, que además del pasivo medioambiental es mucho más costosa que la extracción habitual de los países de OPEP, y entienden los productores tradicionales, menos Venezuela a la que la falta de liquidez le impide ver a largo plazo, que con el costo de ochenta dólares o próximo esa operación reportará cero rentabilidad para Estados Unidos.
Como Arabia Saudita y sus colegas árabes están fondeados para dar la batalla como hay que darla, seguirán el juego de los precios bajos hasta que la economía estadounidense pierda la resistencia, porque entienden que si hacen lo que Venezuela proponía, disminuir la oferta para producir alza, le resolvían la rentabilidad al productor desafiante, pero además estimulaba a otros países que pudieran emular la tecnología de Estados Unidos a hacer lo propio ganando. No, que si quieren lo hagan perdiendo.
Que Venezuela, teniendo la mayor reserva petrolera del mundo no haya logrado incrementar su producción en los últimos doce años, no es culpa de sus socios, y que los años de bonanza no lo haya empleado para desarrollar la infraestructura de su país e impulsar el desarrollo de otros sectores de la economía, tampoco.
Estados Unidos siempre receló de la OPEP, que cambió las reglas del juego, por primera vez los dueños de la materia prima le ponían precio, y esperó su momento para desafiarle.
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