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El retorno del fujimorismo

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Flavio-Dario-Espinal-6-550x310El domingo 19 de noviembre del año 2000, el entonces presidente de Perú, Alberto Fujimori, envió desde Tokio, Japón, un fax al presidente del Congreso de la República comunicándole su renuncia a la presidencia de su país. Fujimori había salido días antes con destino a Brunei para asistir a una cumbre de los países APEC y desde ahí, sin tenerlo en agenda, se dirigió a Japón, tierra de sus padres, desde donde envió el referido fax. El Congreso no aceptó la renuncia, sino que declaró vacante la presidencia por “incapacidad moral permanente” de su titular.

A media tarde de ese día este articulista llegó a Lima acompañando a Monseñor Agripino Núñez Collado, quien había sido invitado por un conjunto de fuerzas políticas peruanas para que este narrara su experiencia como mediador en la crisis política dominicana de 1994. Esa noche salimos a cenar con el doctor Eduardo Latorre, quien varios meses atrás había terminado su labor como canciller de la República y había sido designado representante del secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), César Gaviria, en el proceso de diálogo y concertación que había decidido la Asamblea General de dicha organización, celebrada los primeros días de junio en Windsor, Canadá. Al entrar al restaurante sentimos con orgullo el respeto que los comensales le mostraron a Latorre, algunos de los cuales se acercaron a la mesa para agradecerle y felicitarlo por el trabajo que estaba realizando. De hecho, ante el vacío de poder dejado por la salida de Fujimori, la Mesa del Diálogo que el canciller Latorre coordinaba en nombre de la OEA fue el espacio clave para definir la transición a la democracia en aquel país.

El día siguiente, en el evento en que Monseñor Núñez compartió su experiencia, sentimos el ambiente de incertidumbre que se vivía en Lima, pero a la vez de euforia por la partida de Fujimori. Se trataba del fin de una era que había comenzado con el triunfo de este a la presidencia del Perú en 1990 como el candidato outsider que venció a Mario Vargas Llosa y a los partidos tradicionales que habían sido incapaces de lidiar con los graves problemas que afectaban a la

sociedad peruana, especialmente la hiperinflación y la inseguridad causada por el terrorismo del grupo Sendero Luminoso y, en menor medida, del Movimiento Revolucionario Tupac Amaruc. Dos años más tarde, ante la resistencia del poder legislativo de aprobar sus drásticas medidas de ajuste económico, Fujimori disolvió mediante Decreto el Congreso de la República, medida que contó con un amplio respaldo popular. En ese contexto, con la mejoría de la situación económica y el combate frontal al terrorismo, Fujimori logró una fortaleza política enorme, al tiempo que se pulverizaban los partidos que tradicionalmente habían incidido en la vida política peruana.

Bajo presión internacional, Fujimori convocó una asamblea constituyente para adoptar una nueva Constitución, la cual fue adoptada en 1993 a través de un referendo popular. En 1995 Fujimori gana de nuevo las elecciones con un 64% de los votos contra el ex secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, de modo que Fujimori se anotó dos contundentes triunfos electorales contra dos personalidades peruanas de proyección mundial. Aunque la Constitución de 1995 establecía que una persona solo podía ejercer la presidencia de la República durante dos períodos, Fujimori promovió un año después la llamada Ley de Interpretación Auténtica de la Constitución, la cual estableció que, en su caso, no se contaría el primer período por lo que tendría derecho a optar por tercera vez a la presidencia del Perú.

A partir de esa “interpretación auténtica” de la Constitución que reflejaba la voluntad continuista de Fujimori comenzó el deterioro político de su régimen, marcado por la corrupción y la violación de los derechos humanos, proceso en el que su asesor Vladimir Montesinos jugó un papel de primer orden. No obstante, Fujimori se impuso de nuevo en las elecciones de abril del año 2000, esta vez contra el candidato Alejandro Toledo, a quien le ganó en segunda vuelta. En medio de acusaciones de fraude se generó la crisis política que llevó el tema peruano a la OEA y al dominicano Eduardo Latorre al Perú como mediador de dicha crisis.

La transición democrática avanzó en el Perú, incluyendo un gobierno provisional, la eventual elección de Alejandro Toledo, luego de Alan García y más tarde de Ollanta Humala. El Perú se expandió económicamente, siendo una de las

economías más dinámicas de América Latina en los últimos tiempos, se abrió a la inversión extranjera y se hizo parte de varios esquemas de integración y liberalización comercial. Perú se puso de moda, su gastronomía alcanzó notoriedad internacional y Lima se convirtió en una de las más atractivas capitales latinoamericanas.

No obstante, algo más de quince años después de la salida de Fujimori del poder, el Perú experimenta una sorprendente vuelta del fujimorismo con el triunfo en primera vuelta, con casi el 40% de los votos, de su hija Keiko Fujimori. Dicho sea de paso, resulta irónico que Vargas Llosa haya publicado su última novela, Cinco Esquinas, la cual está ambientada en la postrimería del régimen de Fujimori, en un momento que el Perú vive un renacer del fujimorismo con una alta probabilidad de que el 5 de junio la hija de Fujimori gane la presidencia de ese país.

Keiko Fujimori parece capitalizar tres graves problemas: la inseguridad, que ahora no es causada por Sendero Luminoso sino por la criminalidad común; la corrupción y la crisis de los partidos políticos. Esto último es clave. Como señaló el politólogo peruano Martín Tanaka: “Teníamos partidos hasta que llegó Fujimori y liquidó el sistema de partidos que estaba en vigencia y nada lo ha reemplazado. Ni los viejos partidos volvieron ni aparecieron partidos nuevos que los reemplazaran. Nos hemos quedado a la mitad”. Ese es el intersticio por el que entra Keiko Fujimori, prometiendo mano dura contra la criminalidad, eficacia en el ejercicio gubernamental y combate a los políticos tradicionales. Es una versión suave de su padre, pero con un esquema discursivo populista muy semejante al que llevó a Fujimori al poder en 1990. Este, condenado a 25 años de prisión por corrupción y crímenes de lesa humanidad, seguro que está disfrutando desde su celda ver como su hija coloca de nuevo al fujimorismo en el centro de la vida política peruana.

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