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“Envejecer con Dignidad”

Un cordial saludo a todos mis queridos lectores.

De todo existe en la viña del Señor, se dice que para gusto se hicieron los colores, y para escoger las flores Existen muchos que para ellos al envejecer no requiere dignidad. Otros creen que hay que envejecer, porque es algo que no podemos evitar, o parar, y eso es el tiempo. Yo soy del equipo que cree en la importancia que tiene envejecer con dignidad.

Yo soy de los que piensa que las canas no salen en balde, no pensaba así cuando era joven, pero la experiencia de vida mi ha hecho cambiar mi forma de pensar, me recuerdo que cuando tenía 12 años mi padre me dijo un día: Hijo no te subas en ese árbol porque se puede partir la rama y caer al suelo, pues así fue, se partío la rama donde estaba subido y caí al suelo fracturándome un brazo, mi padre entonces me dijo: Hijo te dije eso porque a mí me paso  Era que ya mi padre peinaba algunas canas  y había vivido un poco de tiempo, acumulando así experiencia de vida.

Una de las cosa que tenemos que reconocer para el  envejecimiento con dignidad es aceptar que ya no somos los jóvenes de cuando teníamos treinta años, que tenemos nuestras limitaciones y nuestros achaques, mi padre siempre me decía: Hijo los años no vienen solos, vienen acompañados y no es de lo mejor. Según van pasando los años poco a poco nos vamos deteriorando, ya no podemos hacer las cosas como la hacíamos cuando teníamos veinticinco años, caminamos más despacio, y nuestros reflejos no son los mismos, nuestro cabello se va poniendo blanco y nuestro rostro se va arrugando, pero nos queda la experiencia de los años vividos y esto se llama envejecer con dignidad, darnos el lugar que nos pertenece y ser como un libro de consultas que lo abren cuando necesitan encontrar algo para guiar sus vidas.

Llego a mis manos una oración que quiero compartir con Ustedes y que lleva por título: La Oración del Anciano, y dice así: “Bienaventurados aquellos que comprenden mis pasos vacilantes y mis manos trémulas. Bienaventurados los que no tienen en cuenta mis olvidos, que saben que capto las palabras con dificultad, por eso procuran hablarme más alto y pausadamente.  Bienaventurados los que perciben que mis ojos ya están nublados y mis reacciones son lentas. Bienaventurados los que desvían su mirada, simulando no haber visto el café que, sin querer, derrame sobre la mesa. Bienaventurados los que sonríen, me prestan atención y conversan conmigo. Bienaventurados los que nunca me dicen: Tu ya me contaste eso varias veces. Bienaventurados los que me ayudan con cariño

A atravesar la calle. Bienaventurados los que me hacen sentir que soy amado y que no estoy abandonado, tratándome con respeto. Bienaventurados los que comprenden cuando me cuesta encontrar fuerzas para aguantar mi edad y mi cruz. Bienaventurados los que me amenizan los últimos años aquí en la tierra. Bienaventurados todos aquellos que me dedican afecto y cariño haciéndome así pensar en Dios y dándole gracias por los años vividos. Cuando entre en la eternidad, me acordaré de ellos junto al señor”. Amén.

Y yo agregaría esto: Bienaventurados aquellos que me hacen envejecer con dignidad, sin burlarse de mí, de mi piel arrugada, de mis canas y de mis años. 

Termino con los Versículos 2 y 3 de la Carta de San Pablo a Tito, Capitulo 2 que dice: A los ancianos, diles que sean sobrios, respetables, juiciosos, maduros en su fe, caridad y perseverancia. Que las ancianas, asimismo se comporten como corresponde a santas mujeres. Que no sean chismosas ni aficionadas al vino, sino personas de buen consejo. 

Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.

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