Cuentan la fábula del gallo que quería comer cangrejo por una curiosa afición por las delicias marinas. El crustáceo, con grandes y poderosas muelas, era el rey de la playa. El gallo, más joven, prometió que, si él mandara y no el cangrejo, todos serían más felices. Le costó afanoso trabajo, serenatas matutinas despabilando al pueblo con estentóreos cantos y entusiastas discursos.
El cangrejo había enfurruñado a muchos. En medio de un torneo para escoger al nuevo rey playero, padeció varias desgracias: una epidemia terrible, una rebelión entre sus súbditos afectos a un viejo león y, encima de eso, perdió el favor de los turistas, deslumbrados con el vigor del joven y locuaz gallo. Ya coronado rey, el gallo insistía en su cangrejada, pero no podía realizar su sueño, hasta que recordó al viejo gallo Joaquín. Sabio y sagaz, ese difunto monarca sí comió muchos sabrosos cangrejos.
Engullir al cangrejo era imposible para el gallo hasta que entendió que pico y espuelas sirven para ir quitándole patas, muelas y antenas. El agua ya hierve…
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