El reciente artículo publicado por Fidel Castro en el periódico Granma con el título Hermano Obama ha puesto al líder histórico de la Revolución Cubana en el centro del debate sobre el futuro de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos en el contexto de la destacada visita del presidente Barack Obama a la isla tras casi sesenta años de distanciamiento y antagonismo entre estos dos países. Fidel concluye su artículo con una especie de reproche, no se sabe si a Obama o a su propio hermano Raúl: “Advierto además que somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo. No necesitamos que el imperio nos regale nada”.
Ante esta incursión de Fidel en un tema tan importante en el que él había sido dejado fuera, la pregunta que surge es esta: cuando varias décadas más adelante se pase balance a esta coyuntura histórica con la perspectiva que da el tiempo, ¿a quién valorará mejor la historia, a Fidel o Raúl? ¿Al primero que sigue aferrado a un “pasado heroico” pero que no tiene respuestas a los desafíos del presente y mucho menos ofrece una ruta crítica para emprender el futuro, o al segundo que ha adoptado una política que procura construir un futuro en relación con Estados Unidos y propiciar una apertura, si bien calibrada y cautelosa, del modelo cubano? Si Raúl sigue su curso no hay dudas que la historia lo verá de manera mucho más favorable que a su hermano Fidel. Desde ya es probable que el propio pueblo cubano, aun todavía admirando y respetando a este último, esté más del lado de Raúl por entender que este le ha ofrecido una ruta de salida de un modelo político y económico que, independientemente de sus logros, no tiene formas de dar respuestas a las necesidades de la gente.
Este artículo está llamado a ser el último acto político de Fidel Castro. De haber mantenido silencio, se podía haber entendido que la apertura y la liberalización controlada que auspicia Raúl contaba con el apoyo y la dirección de Fidel. Al salir a la luz pública con este texto se hace evidente lo desfasado y obsoleto que está Fidel frente a los cambiantes acontecimientos que impactan al mundo y a la propia Cuba. En su artículo él recurre a pasajes heroicos de la historia cubana,
incluyendo muchos en los que él fue el protagonista central, porque él sabe que con los héroes no se discute. Invocar a Martí, Maceo o Gómez es una manera de él situarse a la altura de estos sin tener que dar explicaciones o respuestas, que no sean frases vagas y grandilocuentes, a los desafíos que enfrenta el pueblo cubano.
Fidel habla de Nelson Mandela, un personaje clave tanto para él como para Obama. Celebra con razón la lucha de este gigante del siglo XX. Lo que no dice Fidel es que Mandela, luego de casi treinta años en la cárcel –no puede haber más heroísmo que este- llega al poder sin pretensiones de perpetuarse en el mismo y mucho menos con el propósito de imponer un sistema que eliminara las libertades individuales y el pluralismo político, aun cuando lo podía hacer pues contaba con el apoyo de la mayoría. Fidel, en cambio, si bien tiene su momento heroico bien ganado en la lucha contra la dictadura y la movilización popular en contra de las formas oligárquicas de poder, pretendió –y lo logró por un buen tiempo- perpetuar un modelo económico basado en la estatización y la colectivización absolutas, así como un modelo político basado en la negación del derecho a la asociación política, las libertades individuales y la competencia política. Este modelo, que tuvo como fuente de sustento durante décadas al régimen soviético, dejó de funcionar hace tiempo, lo que él no pudo o no quiso entender pues un cambio en el mismo hubiera supuesto necesariamente una disminución de su propio poder. Solo la enfermedad lo sacó del centro de poder, lo que le dio la oportunidad a su hermano Raúl de emprender un camino distinto al que hubiera querido Fidel, camino todavía en ciernes y con opositores radicales tanto en Cuba como en Estados Unidos donde, dicho sea de paso, se está dando un debate político en el que predominan la sin razón, el extremismo y la altisonancia de clichés y fórmulas simplistas para enfrentar los problemas del mundo.
Fidel no podía entender a Obama porque este llegó a Cuba con un discurso desconcertador para alguien como aquel. Pocas veces un presidente estadounidense muestra tanto respeto por un pueblo como lo hizo Obama frente al pueblo cubano. El simbolismo de llevar a toda su familia, primera vez que lo hace en sus casi ocho años en la Casa Blanca, puso de manifiesto su deseo genuino de empezar un nuevo capítulo en la relación cubano-americana. Obama reconoció que la política de su
país había fracasado -¿qué más quería Fidel que dijera Obama sobre esto?- y proclamó algo que seguro disgustó a muchos radicales derechistas en Washington y Miami: “He dejado claro que Estados Unidos no tiene la intención ni la capacidad de imponer cambios en Cuba. Lo que cambie dependerá del pueblo cubano. No vamos a imponer nuestro sistema político ni económico. Reconocemos que cada país, cada pueblo, debe trazar su propio camino, y darle forma a su propio modelo”.
Lo quiera o no Fidel, Cuba va por el camino de la liberalización económica, al menos, por ahora, al estilo Deng Xiaoping en China, que fue capaz de aprovechar las ventajas de la economía de mercado, la iniciativa privada y la inversión extranjera, pero sin producir un cambio en el modelo político de partido único y negación de las libertades individuales. ¿Será esto lo que procura Raúl, una versión tropical del modelo chino? ¿O tiene en mente, en su visión incremental y controlada del proceso de apertura, propiciar también una liberalización política? Es de dudar que este sea el plan de Raúl, pero al menos él, sabiamente, ha iniciado algo que Fidel no hubiera hecho: la normalización de relaciones con Estados Unidos y la liberalización acelerada de la economía cubana. Le tocará a otros –al propio pueblo cubano como dijo Obama- emprender las reformas políticas. Mientras tanto, Fidel queda atrapado en el pasado, recordando momentos heroicos en los que él, con su figura magnética e imponente, fue el centro de atención, pero sin tener nada que decir sobre el presente y mucho menos sobre el futuro de Cuba.
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