Nunca había escuchado hablar de Moringa, y mucho menos que, junto a la Morera, esta planta podría ser una especie de panacea milagrosa para reducir el hambre que mata a diario millones de humanos y animales en el mundo; prevenir innumerables enfermedades, incluidas las catastróficas, y servir de excelente fuente de empleos.
Perdonen mi ignorancia pero, pese a mi condición de provinciano hijo de agricultores, solo he comenzado a verbalizar ese nombre, y hasta sembrar algunas semillitas, luego que Fidel Castro Ruz, 86 años, líder de la Revolución Cubana, escribió el comentario de un párrafo “La alimentación y el empleo sano”, en su columna “Reflexiones” del 17 de junio de este año, y lo echó a andar por las redes sociales:
“Están las condiciones creadas para que el país comience a producir masivamente Moringa oleífera y Morera, que son además fuentes inagotables de carne, huevo y leche, fibras de seda que se hilan artesanalmente y son capaces de suministrar trabajo a la sombra y bien remunerado con independencia edad o sexo”.
Resulta, sin embargo, que hace medio siglo que conozco la planta. Pero con otro nombre: Palo de aceite o Aceite de palo (veo que otros le llaman Flor de la libertad), y nada que ver con alimentación de seres humanos ni de animales, sino como algún té para calmar los parásitos o para baños, si no recuerdo mal. No puedo olvidarla. Nací y me crié al lado de varios árboles de ese tipo, que crecieron grandes a la orilla de la empalizada del gran patio de mi casa, espacio ecológico antes envidiable y ahora penoso, en el Pedernales de mis amores, frontera dominico-haitiana. No olvidaría jamás sus hojitas verdes, olor penetrante, florecillas blancas y vainas, por la culebra que huyendo de la persecución de un grupo de muchachos (incluido el contador de esta historia) se en-roscó en su tronco y subió veloz en espiral y, entre sus ramas, escapó para frustración nuestra.
Así que el carismático líder cubano ha puesto a medio mundo a hablar de Moringa. No solo a los dominicanos y dominicanas, como ha reportado la agencia EFE.
Estamos ante un verdadero fenómeno de opinión pública que hasta de catarsis ha servido a una población sometida a las tensiones de un traspaso de mando en medio de la crisis económica y social, la denuncia de Pro Consumidor sobre la calidad de muchos embutidos y los engaños en la venta al público de Gas Licuado de Petróleo.
No hay conversación sin presencia del término Moringa. Hasta las íntimas y las gastronómicas están adobadas con él. Muchos celebran la buena nueva de Fidel; otros, enconados adversarios ideológicos, ironizan su escueto comentario sobre la planta original de India, y hasta se burlan de su senectud, negando el mínimo valor de verdad a la propuesta.
Para que eso suceda, pienso, tendrían que darse por lo menos dos condiciones fundamentales: que el emisor del mensaje sea un líder de opinión con buen nivel de credibilidad entre los perceptores y que su sola presencia resulte noticiable para los medios, que son multiplicadores por excelencia del mensaje. Y que entre los perceptores precarizados haya un acentuado nivel de angustia e incertidumbre ante la eventualidad de una enfermedad y los altos costos para cubrirla, para sentirse seducidos por la noticia y reaccionar como masa.
La alta demanda de Moringa ha generado oferentes en cualquier esquina. Mucha gente la consume; otros, con la venta callejera, han hallado una nueva forma de vida pregonando virtudes del insumo, que van desde la cura del cáncer hasta como estimulante para erección.
El autorizado Instituto de Innovación en Biotecnología e Industria (IIBI) ha confirmado que la planta tiene propiedades nutritivas superiores a la leche, plátano, carnes y vegetales. Entre los opinantes mediáticos hay médicos éticos que no niegan con ligereza al ex presidente cubano; exhortan a la población que se documente sobre el tema y que sea mesurada en el uso de la planta previa consulta a un facultativo.
La Moringa es la moda. El noni lo fue hasta hace unos días, aunque no con tanta fuerza, quizá porque no contiene las propiedades nutricionales “milagrosas” de la primera o porque no contó con la santificación de un líder de opinión de la dimensión de Fidel Castro.
En medio de esta fiebre, Salud Pública ha preferido la mudez, pese a que debió despejar las emociones y, agarrada de la ciencia, trazar la ruta correcta, sin ser bocina del poder ni de nadie. Nada se pierde con descartar el esperanzador anuncio del veterano político caribeño. Cuatro millones de pobres y un millón de indigentes se estremecerían de felicidad si él tuviera razón. Y yo también.
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