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Fulgurazos

¿A dónde diablo se iba a meter un diputado corrompido por el dinero, que la ira popular no lo alcanzara? Las movilizaciones, la lucha decidida, las ansias de cambiar todo el agobio esparcido en su gestión de gobierno, son las causales verdaderas de la frustración del presidente iracundo que habló como un vencido.

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UNO

No hay que detenerse en  esa parte del discurso en el cual la representación toma como objeto al deseo mismo. El hombre que hablaba, el Danilo Medina que desplegaba sus ideas contrariadas ante el país, era un hombre vencido. Iracundo, cualquier especialista que escudriñara con detenimiento los más de veinticinco verbos imperativos que empleó, se podría percatar fácilmente que el hablante se refugiaba en sí mismo, y esparcía su amargura desde la ira y la frustración, suspendiendo la verdad cotidiana. El tema de la reelección es una constante en los ciento setenta y cinco años de vida republicana, y sobre sus bases se edificaría la estúpida y trágica historia de nuestra aventura espiritual, el largo martirologio de nuestras vidas, la traba fundacional de nuestro desasosiego institucional. Danilo Medina no era un bicho raro enfundado en su ambición desmedida, sino uno más en el entreacto de toda la falsedad de la historia que el relato del autoritarismo ha impuesto como algo natural. Un ser dual, resultado legítimo  de esa ambigüedad que cada vez parodia aquí al demócrata, y allí impone al dictador (“Mis diputados, mis senadores, mis síndicos, mis jueces. Mi país mío de mi propiedad, etc”). ¡La maldita historia circular de nuestro entorno!

DOS

Que Danilo Medina no haya podido imponer su reelección a pesar de que maneja a su antojo todo el aparato institucional del país, es una significativa victoria de la democracia. Bajo el sombrero gacho de su mansedumbre, la más fiera pasión escondida lo quemaba. No es que él no quiso, no es que cumplió su palabra, no es que asumió el precepto constitucional por ser un demócrata; es que la crispación social interna y las condiciones internacionales se lo impidieron. Marcha verde fue un reclamo contundente de transparencia y castigo a la corrupción, que produjo un cambio de conciencia ciudadana, sobre todo en la clase media. Los casos de corrupción y el sistema de hipercorrupción amparados en el control de la justicia y el manto de impunidad erigidos. La definición práctica de una política de estado que hace de la corrupción una estrategia de enriquecimiento efectiva;  Odebrecht y el manejo político que se le ha dado, la obstrucción de la justicia en el caso de Punta Catalina, el cinismo desde el poder, el hastío de la población; las movilizaciones constantes, etc. Toda una multiplicidad de factores impidieron que la reelección se materializara. La crispación social era tan grande que ni siquiera el dinero pudo ayudarlo a conseguir los votos para hacerla pasar en el congreso.   ¿A dónde diablo se iba a meter un diputado corrompido por el dinero, que la ira popular no lo alcanzara? Las movilizaciones, la lucha decidida, las ansias de cambiar todo el agobio esparcido en su gestión de gobierno, son las causales verdaderas de la frustración del presidente iracundo que habló como un vencido.

TRES

La victoria no ha sido de ningún líder, de ningún partido. No es de Leonel o de Luis Abinader.  Se trata de una victoria táctica que podría convertirse en una derrota estratégica. Fue el pueblo, el país el que desalojó al continuismo. Sucedió lo que muchos creían imposible porque la larga tradición autoritaria ha hecho ver como algo natural los estropicios de las desmesuras del poder. Danilo Medina obligado a renunciar a su proyecto continuista era impensable, y hay que empinarse sobre la realidad de que el PLD, aún con los símbolos agobiantes del absolutismo puede ser derrotado. Hay que salir a las calles a pregonar nuestra aspiración pacífica de rescatar la justicia dominicana. Hay que empujar la idea de que existe otra forma de hacer política. Hay que abandonar la concepción patrimonial del estado que permea la mentalidad de nuestros dirigentes desde el siglo XIX,  pregonar que no necesitamos redentores, mesías, iluminados, imprescindibles. Que nos basta con que la práctica política sea pulcra y decente, sin esa vocación de ungido, sin la perversión de la historia que hace creer tocado por los dioses  a un dirigente que administra coyunturalmente el poder, y sueña que sin él todo está perdido. Un Danilo Medina vencido ante la crispación de un país fue el que nos habló. Como dictador, Danilo Medina solo podría dar risa, pero ése es el peligro. Fue el país el que lo venció.

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