En francés e inglés estar “gagá” significa faltarle una tuerca al caco. Pregunté el viernes en Twitter cómo se define al gagá. Me respondieron que es “una manifestación cultural afrocaribeña”. Pero, ¿hay gagá en Jamaica, Puerto Rico, Trinidad o Guadalupe? ¿U otras islas caribeñas? ¿O en Cuba, Cartagena de Indias o en la isla Margarita y el resto de Venezuela? Sí sé que en esos lugares hay muchos negros y mulatos caribeños.
Tras retruécanos, sofismas y endilgarme hacerme el sueco, insistí que para conversar sobre cualquier cosa o asunto, los dialogantes deben estar de acuerdo en poder definir inequívocamente de qué se trata. El gagá, música y baile del vudú, traído hace un siglo a bateyes desde Haití, es una penetración cultural bárbara que ha pretendido sin lograrlo sustituir tradiciones religiosas cristianas verdaderamente dominicanas de la Semana Santa. Si nada puede definirse, no habría categorías, ni ciencia ni tampoco lengua, pues cada cosa, idea o palabras tendrían distinto valor o significado según quien las diga.
Si conversáramos sobre el jazz en vez del gagá no molestará a nadie reconocer sus orígenes afroamericanos y del protestantismo. ¿Por qué entonces molesta o irrita a cultores o apologistas del gagá admitir que se origina en Haití y su vínculo con el vudú?
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