Haití celebra su fiesta vudú del "guédé" en medio de crisis

El "guédé", la celebración del Día de los Muertos, llena los camposantos durante dos días de color, música, rezos, ofrendas, ritos, trances y olores.

PUERTO PRÍNCIPE.- Haití celebró este lunes la primera de dos jornadas del «guédé», la fiesta vudú con motivo del Día de los Difuntos, en un contexto de una de las peores crisis de violencia de los últimos años a consecuencia de la acción de las bandas armadas.

Los grupos criminales, principalmente el G9 Fanmi e Alye, llevan meses haciendo cundir el terror y, con la excepción de dos breves treguas tras el asesinato del presidente Jovenel Moise, el 7 de julio, y del terremoto que asoló el sur del país el 4 de agosto.

Los bandidos roban, violan, asesinan y secuestran indiscriminadamente y también han bloqueado durante semanas el suministro de combustible, causando desabastecimiento en el mercado.

Estos males, según un sacerdote vudú, «hougan» en creole, son voluntad divina: «Todo lo que está pasando sale de Dios. Les encuentran sobre la tierra. El secuestro, el desorden, el odio… Todo sale de Dios», afirmó entre las concurridas tumbas del Cementerio General de Puerto Príncipe, durante la fiesta del «guédé».

EL GUÉDÉ

El vudú es una religión que poco tiene que ver con el cliché de muñecos asaeteados por alfileres que Hollywood ha difundido con sus películas.

Para los creyentes haitianos, «el vudú es más que una religión. El vudú abarca casi todo. Abarca la medicina. Es la guía de la espiritualidad. Es social, cultural y tradicional», explicó a Efe Tamie Dulia Dufreine, una devota que, en el ámbito de este cuerpo de creencias, se hace llamar Marie Jeanne-Mambo.

El «guédé», la celebración del Día de los Muertos, llena los camposantos durante dos días de color, música, rezos, ofrendas, ritos, trances y olores.

«Es dentro del cementerio donde se encuentra la alta magia», y la hay de todo tipo, «de tratamiento, protección, suerte y devolución de la asignación. La fiesta de guédé representa la liberación de la esclavitud», apuntó la experta.

En el Cementerio General el aire es embriagador, pero no en el sentido de fragante, sino por los vapores que emanan los litros de alcohol derramados para honrar a los muertos en un ambiente de calor asfixiante, efluvios que, en ocasiones, se mezclan con el humo de la marihuana.

Ofrendas de comida, café, dinero, flores o velas son depositados por aquí y por allá, en sepulcros o frente a coloridas figuras hechas en relieve pero, sobre todo, predomina el ron, blanco o añejo, vertido sobre tumbas, calaveras y huesos.

EL RON EN EL VUDÚ

Un chorro de ron para el muerto, un trago para el vivo, aunque los usos de este licor caribeño en el vudú son variados.

Los intermediarios entre los espíritus y los vivos, hombres y mujeres que se distinguen por llevar la cara pintada de blanco, también lo usan en sus rituales purificadores.

En muchas ocasiones lo dejan macerar con ajíes muy picantes y es frecuente que tomen un sorbo de la mezcla para escupirlo al aire, prácticamente nebulizado. El efecto es casi el mismo que el gas pimienta para los ojos y las vías respiratorias.

Las mujeres, muchas vestidas de blanco, también se lo untan generosamente por los genitales. Y, por supuesto, lo consumen durante todo el día en cantidades ingentes. Una mezcla que, combinada con la sugestión, lleva a un estado de trance y convulsa posesión espiritual.

Aunque la celebración se extiende por todo el cementerio, el punto neurálgico es el lugar donde se enterró al primer difunto, marcado por una gran cruz negra.

Ahí el rey, al que llaman «baron», reparte sus bendiciones mientras van pasando cientos de personas a encender velas y dejar una dádiva al pie de este símbolo cristiano.

RITUALES

En el «guédé», el camposanto también es escenario de rituales para ahuyentar a los malos espíritus, ceremonia por la que el interesado paga a un sacerdote o sacerdotisa.

Es necesario introducir las manos en un recipiente con un mejunje a base de ron, café, agua y hierbas, que luego le embadurnan por la cabeza, siempre bajo la atenta mirada de un entregado público que, en muchos casos observa desde las tumbas cercanas, como si de palcos se tratara.