REDACCIÓN SALUD.- Llegan los terribles dos años como los llaman y son muchos los padres que se desesperan e inquietan frente a los episodios de rabietas, por desgracia frecuentes, que sin avisar presentan sus hijos, y que son difíciles de gestionar en muchas ocasiones. ¿Qué podemos hacer en estos casos? ¿Por qué se producen? ¿Son normales estos episodios?
El doctor Daniel Segura es pediatra del Hospital Quirónsalud Zaragoza y describe este tipo de episodios como momentos en los que reina en los menores una conducta de descontrol, donde lloran, gritan, patalean e incluso golpean lo que tiene a su alrededor o a sí mismos, y que ha sido desencadenado por un acontecimiento vivido como adverso.
“Son frecuentes en la infancia, especialmente entre los 2 y los 4 años, y corresponden a una manifestación del malestar y de la desilusión que siente el niño al no conseguir lo que desea. Suelen desaparecer con el desarrollo, a medida que se va aprendiendo a canalizar la frustración de forma más adaptada”, asegura este experto.
Según señala, es en torno hacia los dos años cuando los menores son conscientes de su identidad y de su autonomía, y comienzan a buscar su independencia.
“Pero a esa edad, su lenguaje verbal aún es insuficiente para expresar lo que sienten al ser frustrados. Es en ese momento cuando una petición de los niños choca con los límites marcados por los adultos, cuando surge el conflicto y responden desde el lenguaje corporal con una rabieta”, clarifica el pediatra.
La doctora y psicóloga en el Hospital Quirónsalud Zaragoza María del Castillo reconoce que este tipo de episodios son “frecuentes” y además “totalmente normales” en los niños pequeños: “Forman parte del proceso madurativo. Son la manera en la que, a veces, expresan su frustración, malestar, o disconformidad. La causa en los pequeños tiene que ver con enfrentarse a un periodo donde confluye una mayor autonomía, más conciencia de sí mismos y de sus gustos, unas habilidades lingüísticas limitadas y una gestión emocional deficitaria, ya que hay áreas del cerebro que no han completado su desarrollo”.
Concreta que la etapa dónde se dan más habitualmente es entre los 2 y los 4 años, pudiendo iniciarse desde los 12 o 18 meses.
“Conforme van creciendo comprenden más las cosas, poseen maneras alternativas de expresar su malestar y sus preferencias, y la buena noticia es que estas irán disminuyendo progresivamente”, remarca María del Castillo.
Es más, destaca que no solo es que las rabietas sean frecuentes y normales, sino que en general casi todos los niños las padecen, aunque precisa que no todos las tienen con la misma intensidad, duración o frecuencia: “Va a depender de su nivel de estrés, su estado de salud, su emocionalidad y de cómo manejen estas situaciones los padres”.
El pediatra de Quirónsalud Zaragoza Daniel Segura reitera la idea de que es muy importante que los padres sepan que las rabietas forman parte del desarrollo normal del niño y como primer consejo menciona a la congruencia en la pareja, “también será parte fundamental a la hora de establecer unas pocas normas fáciles de comprender por el pequeño”, aparte de reforzar los buenos comportamientos, especialmente si en ocasiones similares no supo controlar la frustración el pequeño.
La psicóloga María del Castillo, por su lado, recomienda que cuando los niños están sintiendo emociones intensas es importante y necesario acompañarles y no alejarse o pasar de ellos.
“Pierden el control y para recuperarlo necesitan el cariño, la comprensión y la guía de sus padres. Un tono calmado, palabras amables y un abrazo pueden devolverles la seguridad. Si la rabieta es muy intensa es importante evitar que se haga daño o que se lo haga a los demás. A veces le puede venir bien un espacio para llorar o gritar si así lo necesita”, añade.
A su vez, estos dos especialistas aportan los siguientes consejos para manejar estas situaciones, a veces tan estresantes y desesperantes para los padres:
En última instancia, María del Castillo mantiene que, a veces, algún trastorno psicológico o causa médica pueden contribuir a las rabietas.
“Si son muy intensas o frecuentes, o como padres consideran que no tienen capacidad para manejarlas convenientemente, lo recomendable es buscar ayuda especializada”, subraya.
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