El economista, historiador y buen amigo Bernardo Vega presentó en su columna de esta semana en el periódico Hoy una serie de razones por las cuales un triunfo de Hillary Clinton en las elecciones de Estados Unidos sería mucho más beneficioso para los dominicanos que un triunfo del republicano Donald Trump. Este beneficio sería tanto para los dominicanos que residen en aquel país como para los que viven en República Dominicana.
En realidad un triunfo de Trump sería desastroso para el mundo y para el propio Estados Unidos. Su insensibilidad, prepotencia e ignorancia sobre temas fundamentales harían que una presidencia de Trump ponga constantemente en problemas a Estados Unidos, comenzando con sus propios aliados, socios y amigos alrededor del mundo. Su xenofobia, racismo e insensibilidad en el tratamiento de ciertos temas presentarían una imagen grotesca de ese país y una versión distorsionada del carácter del pueblo norteamericano. Su bravuconería y lenguaje desconsiderado le quitaría efectividad a Estados Unidos para lidiar con los problemas del mundo y ejercer el liderazgo que muchos esperan de este país. ¿Cómo podría Trump, por ejemplo, después de todo lo que ha dicho sobre los mexicanos, sentarse en un ambiente franco y cordial con las autoridades de México para discutir la variedad de problemas y desafíos que inciden en la más importante y compleja relación que Estados Unidos tiene con país alguno? ¿Qué capacidad de liderazgo podría tener ese país en el basto mundo musulmán después de todo lo que ha dicho de manera indiscriminada respecto de los musulmanes, llegando incluso a proponer que se limite su entrada a ese país?
Lo curioso y sorprendente es que, no obstante todas estas consideraciones, Trump esté puntero entre los precandidatos republicanos y ya las encuestas lo ponen prácticamente empatado con Hillary en un eventual enfrentamiento entre ellos dos en las elecciones de noviembre. Que él haya emergido con esa fuerza es expresión de la ansiedad de muchos segmentos del electorado ante problemas que le impactan en su vida cotidiana, pero también del radicalismo que se ha apoderado de los seguidores del Partido Republicano en el que un Ronald Reagan no tendría hoy día el menor chance de competir exitosamente con candidatos como Trump o el propio Ted Cruz, quienes tienen una carrera basada sobre quién dice las cosas más estrambóticas, alarmistas y absurdas posibles. En último término, sin embargo, ese liderazgo de extrema derecha, que no parece tener límites razonable respecto de lo que proclama y propone, encontrará que su propio radicalismo lo llevará al fracaso en las elecciones y, si llegase a triunfar, lo llevará al fracaso en el mundo.
Habiendo dicho esto sobre Trump, queda todavía la reflexión sobre Hillary y los dominicanos. Vega ofrece buenas razones por las cuales Hillary conviene a los dominicanos. De hecho, ella contará abrumadoramente con el voto de los dominicanos especialmente en Nueva York, por la cercanía que ella ha tenido con la comunidad dominicana desde su vieja posición como senadora de ese Estado y sus múltiples vínculos con la República Dominicana. En ese mundo tan enorme y diverso que es Estados Unidos, la comunidad dominicana tendría el privilegio de contar con una Presidenta que la conoce de primera mano, que puede nombrar por su nombre propio a muchos de los líderes de ese comunidad, que conoce a la República Dominicana y ha tenido la oportunidad de conversar a través de los años con los líderes dominicanos, especialmente con el expresidente Leonel Fernández y el presidente Danilo Medina.
Hillary, sin embargo, podría tener un problema no menor en su relación con la República Dominicana, y es en lo que concierne a la cuestión haitiana. El problema reside en lo siguiente: ella tiene la capacidad, inteligencia y madurez política para entender ciertos procesos y valorar los esfuerzos del Estado dominicano en lo que respecta al plan de regularización migratorio y las soluciones legales que se le ha buscado a la problemática de la nacionalidad de muchos descendientes de haitianos. Sin embargo, en lo que respecta a esta cuestión ella estará fuertemente condicionada por lo que sea “políticamente correcto” en función de su relación con determinados núcleos de influencia en el Partido Demócrata que tienen un activismo manifiesto de crítica permanente a la República Dominicana: el black caucus, el Centro Kennedy sobre Derechos Humanos, Human Rights Wacht, la Fundación Soros, ciertos congresistas influentes del Partido Demócrata, el New York Times, entre otros.
El problema no es tanto si lo que estos sectores dicen sobre República Dominicana en lo que concierne al tema haitiano es verdadero o no –a veces podrían incluso tener razón-, sino que ella no tendría mucho margen para ver la problemática con independencia de criterio, pues siempre tendría que validar sus opiniones y sus políticas con esos sectores, los cuales, a su vez, por su propia lógica de funcionamiento, no pueden conceder la más mínima razón a la República Dominicana por más esfuerzos que esta haga para mejoras las condiciones legales y sociales de la población haitiana y de origen haitiana radicada en el país.
Siendo embajador en Washington pude ver a la propia Hillary y al entonces senador Barack Obama oponerse al tratado de libre comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (DR-CAFTA) porque ciertos sectores que inciden en el Partido Demócrata (los sindicatos, los grupos medioambientalistas, etc.) se oponía radicalmente al Tratado. Desde la presidencia Obama se ha convertido en un campeón del libre comercio –de ahí su apoyo entusiasta al Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), pero en aquella oportunidad, compitiendo con Hillary por la candidatura demócrata, ni él ni ella podían separarse siquiera un ápice respecto de lo que dictaban esos grupos contrarios al DR-CAFTA, independientemente de lo que ellos, en su fuero interno, pensaran sobre dicho tratado, el cual, dicho sea de paso, ha resultado ser altamente beneficioso para Estados Unidos.
Lo mismo ocurre respecto a la problemática haitiana en la República Dominicana. Por eso, la primera tarea que deben tener los dominicanos que pudiesen ejercer alguna influencia sobre Hillary es invitarla a que aborde esta cuestión con objetividad, imparcialidad y cabeza fría, y que no se crea de manera automática todo lo que le cuentan esos sectores (constituencies en la terminología de la política estadounidense) que por su propia razón de ser y su necesidad de legitimidad frente a quienes lo sustentan están obligados a ver las cosas de una determinada manera y desconocer los datos de la realidad que no se correspondan con su visión “políticamente correcta” de esta problemática.
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