En la actualidad uno de los retos mas preocupantes que tenemos los creyentes, en nuestro transitar por este mundo, es el de hacer lo correcto ante los ojos de Dios y de los hombres. Vivimos en un mundo corrompido, en todos los sentidos, que nos presiona, nos arrincona y muchas veces nos obliga a ir en contra de la bendita voluntad de Dios.
Sin embargo, lo que no entendemos muchas veces, o se nos olvida, es que cada vez que decidimos deshonrar a Dios, su bendición se aparta de nosotros, como dice en I Samuel 2:30 “…Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco”… Somos bendecidos cuando decidimos honrar a Dios en nuestras vidas aun en medio de un mundo corrompido como en el que hoy vivimos.
En estos tiempos la sociedad, incluyendo los cristianos que formamos parte de ella, vive inmersa en una inversión de valores, de manea que a lo malo se le llama bueno, y a lo bueno malo. Es decir, existe una crisis en cuanto a honrar a Dios, ya que el hombre lo único que le interesa es conseguir dinero, a como de lugar, para satisfacer, en la mayoría de los casos, sus más bajos apetitos carnales. En cuanto a los religiosos, de estos tiempos, Jesucristo dijo: “Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mi; pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”, (Mateo 15:8-9).
Dentro de esa inversión de valores la sociedad actual acepta, como bueno y válido, el aborto, el matrimonio entre parejas de un mismo sexo, la unión libre, los negocios turbios y la prohibición de la lectura de la Sagrada Biblia en los planteles escolares, como se estila actualmente en países desarrollados como Estados Unidos de Norteamérica, fundado por cristianos cuáqueros, así como en la mayoría de las naciones que integran la Unión Europea.
Honrar, en el aspecto humano, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, significa: 1. Respetar a alguien. 2. Enaltecer o premiar su mérito. 3. Dar honor o celebridad. 4. Como fórmula de cortesía para enaltecer la asistencia, adhesión, etc., de otra u otras personas, y 5. Dicho de una persona: Tener a honra ser o hacer algo.
Pero honrar a Dios tiene una connotación espiritual más profunda, porque como dice en I Samuel 2:30 “…Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco”… Ser tenido en poco por Dios es algo terrible, que no nos atrevemos ni pensarlo.
Con estas acciones, así como la práctica de religiones que se dedican a adorar dioses falsos y exaltar la idolatría, se deshonra a Dios, así como idolatrar a gobernantes, reyes, artistas, deportistas, científicos y líderes políticos y religiosos, entre otros. Dios detesta la idolatría cuando dice: “No tendrá dioses ajenos delante de mi” (Éxodo 20:3). Idolatría es cuando anteponemos y adoramos algo material en lugar del Dios verdadero, deshonrándolo así.
Pero el creyente en Cristo, debe honrar a Dios, siendo “todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternamente, misericordiosos, amigables, no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición”, (1 Pedro 3:8-9).
En este mundo que nos ha tocado vivir, el cristiano debe honrar a Dios, viviendo una vida de integridad y no de hipocresía como se estila actualmente, porque ha sido elegido, según “la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”, (1 Pedro 1:2-4).
Algo que debe caracterizar al siervo de Jesucristo es estar “llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para poder andar como el digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento que da Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad”, (Colosenses 1: 9-11).
Asimismo, el verdadero creyente, que ha nacido de nuevo espiritualmente, al arrepentirse de su vida pecaminosa y depositar su fe en Cristo, se goza “dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz, el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre y el perdón de pecados”. (Colosenses 1:12-13).
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