Lilís, ladrón y asesino, pero sin obra, aconsejaba que al robarse un pollo debían esconderse las plumas. Quizás algunos procesos judiciales actuales debieron nombrarse aves y no mariscos. Desde antes del Quijote y sus molinos, se sabe que, en las guerras, hay armas más poderosas que el acero.
En una villa italiana del Adriático, asolada con frecuencia por griegos, un soldado de siete pies y 250 libras ofreció a su jefe intentar salvarlos a todos, al avizorar en el horizonte barcos enemigos que venían a por ellos. Al desembarcar, lo encontraron en la cala, tirado sobre la arena llorando desconsoladamente. Preguntaron qué motivaba sus lágrimas. “Estoy harto de que se burlen de mí por ser el más pequeño y débil de la aldea”, les respondió. Los invasores, al oírlo, imaginaron a los demás como gigantes y salieron huyendo.
Las fantasías y los miedos del contrario son aliados poderosos, como demuestra que cangrejos y luciérnagas salvaron a Santo Domingo de piratas ingleses. Tras 18 meses bregando, ¿qué estarán imaginando fiscales e imputados?
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