Al proteccionismo, quienes creemos en la libertad de mercado le hemos hecho un mal nombre en la prensa. En circunstancias ordinarias, casi en un “ceteris paribus” ideal, al consumidor le conviene la eliminación de barreras arancelarias y la apertura de los mercados entre naciones.
Pero si le preguntan a algún haitiano le mentará su madre en tres idiomas al recordar cómo las importaciones de arroz acabaron la producción local empeorando el hambre y el desempleo. Con la seguridad alimentaria e industrias estratégicas, como la energía y el acero, las naciones poderosas no predican con el ejemplo.
En Estados Unidos, por ejemplo, las importaciones de acero están sujetas a tarifas proteccionistas desde antes de su independencia de Inglaterra. Desde metales para industria pesada hasta grapas y presillas para oficinas o materiales de construcción como clavos, varillas y alambre, todos poseen barreras para proteger las industrias, los empleos y las finanzas nacionales.
Con las secuelas económicas de la pandemia y guerra en Europa, la comida, la energía y los metales son tres industrias que nuestro gobierno debe cuidar celosamente.
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