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Javier Milei y el sueño de los economistas

Enfoque

En su discurso de toma de posesión se moderó todavía más y hasta designó a uno que otro peronista no kirchnerista en su gabinete.

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Se ha dicho que el gran sueño de los economistas es encontrar un gobernante que los escuche y les haga caso. Pocas veces lo logran, pero algunos han sido muy dichosos en esa tarea. El caso más notable es el de los llamados “Chicago boys” de Chile, aquel grupo de economistas que se formó en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, uno de cuyos fundadores fue el famoso economista liberal Milton Friedman. Ese grupo logró que el dictador Augusto Pinochet implementara su programa de reformas de mercado sin tener ellos que preocuparse por los conflictos y tensiones sociales que sus políticas podían causar, pues de eso se encargaba el gobierno militar que mantuvo sometido al pueblo chileno, con una concentración brutal del poder y una violencia descomunal, durante dieciséis años y medio.

No puede, negarse, sin embargo, que el régimen militar chileno logró apoyo en importantes segmentos de la sociedad chilena, algo que no sucedió, por ejemplo, con los gobiernos militares de Argentina y Uruguay de esa misma época, debido en gran medida a que esas políticas dieron respuestas a algunos problemas que impactaban negativamente a la población, como la hiperinflación y el decrecimiento económico, a la vez que hicieron mucho más eficiente el sistema económico. De hecho, esas políticas sentaron las bases para la extraordinaria expansión económica, combinada con efectivas políticas sociales, que se produjo en los gobiernos que siguieron a la transición democrática, lo cual hizo posible, por ejemplo, que la pobreza descendiera del 68.5% en el 1990 cuando Pinochet concluyó su mandato hasta el 8.6% en el 2017.

            Javier Milei no tiene necesidad de encontrar un gobernante que le preste su oído y haga lo que él le sugiera. Él encarna ahora a los dos personajes: al economista y al gobernante. Tendrá que conversar consigo mismo cambiando de roles, pues seguro que no le servirá de mucho conversar con su perro muerto como dice hacer a través de un médium. Durante su campaña electoral, y desde mucho antes, se encargó de descalificar a la casta política, tanto de izquierda como de derecha, lo que en gran medida le dio el triunfo con el respaldo abrumador de un pueblo frustrado y lleno de ira contra un grupo gobernante -el llamado kirchnerismo- que llevó a Argentina a una crisis económica y social de dimensiones verdaderamente alarmantes.

            Economista de formación, profesor universitario, autor de libros y seguidor de la escuela liberal austríaca, Milei se presentó ante la sociedad argentina con soluciones aparentemente claras y sencillas para resolver los problemas de la economía argentina. Su crítica al Estado fue el centro de su discurso político, al punto que llegó a prometer, algo de lo que luego se retractó, eliminar la educación y la salud públicas. Además de economista se desempeñó como comunicador y actor, en cuyos roles fue ácido, irreverente y provocador, lo que le generó una notoriedad que más tarde le sirvió en su carrera hacia la presidencia.

            En la primera vuelta de las elecciones presidenciales Milei quedó en un segundo lugar cuando las encuestas lo perfilaban como el candidato puntero. Para la segunda vuelta moderó su discurso, eliminó algunos aspectos controversiales de su programa de gobierno y buscó el apoyo de la derecha tradicional, a la cual había criticado tanto como a los peronistas que estaban en el poder. En su discurso de toma de posesión se moderó todavía más y hasta designó a uno que otro peronista no kirchnerista en su gabinete.

            Ahora le toca gobernar. ¿Implementará de manera ortodoxa y radical su programa de reformas liberales o asumirá un papel más pragmático combinando reformas de mercado con políticas que preserven y mejoren al propio Estado que él prometió desmantelar? Su debilidad política en las cámaras legislativas lo obligará a buscar soluciones negociadas, a menos que quiera hacer como hizo Alberto Fujimori en Perú a principios de los años noventa, quien disolvió el Congreso de la nación, convocó una asamblea constituyente y redefinió las relaciones de poder, lo que le permitió implementar reformas económicas que, no puede negarse, eliminaron la hiperinflación y contribuyeron a relanzar la economía peruana. Se sabe, sin embargo, cómo terminó el régimen de Fujimori y las secuelas políticas que este dejó, al punto que hasta la fecha no ha sido posible en el Perú reconstruir un sistema estable de gobernabilidad sustentado en partidos políticos fuertes y en una institucionalidad funcional.

            En esa misma década de los noventa un presidente argentino peronista -Carlos Menem- llevó a cabo también reformas económicas liberales luego de haber recibido el gobierno en medio de una profunda crisis económica muy parecida a la que recibió ahora Milei. Como se sabe, Menem realizó privatizaciones masivas, redujo drásticamente del gasto público e implementó reformas impositivas y arancelarias favorables al desarrollo de los mercados, muchas de las cuales las adoptó por medio de los llamados “decretazos” (decretos de necesidad y urgencia), con los cuales obvió las cámaras legislativas y redimensionó los poderes presidenciales. De hecho, muchas de las reformas que propone Milei en esta coyuntura son similares a las que Menem implementó durante sus diez años de mandato presidencial. Es como si se estuviera reviviendo aquel tiempo dramático de 1989 cuando el presidente saliente -Raúl Alfonsín- tuvo que entregar el gobierno al presidente electo Menem antes de que concluyera su mandato abrumado por la hiperinflación, el sobreendeudamiento, la devaluación y el estancamiento económico.

            El tiempo se encargará de poner a prueba la capacidad de gobernar de Milei. En el camino descubrirá algunas cosas que seguro no le gustaría descubrir, entre ellas que el Estado es fundamental para proveer bienes y servicios públicos que contribuyen a la cohesión y la paz social. Más aún, que uno de los problemas de América Latina no es tanto el exceso de Estado, sino la ausencia de un Estado fuerte y eficaz que pueda hacer valer su legalidad y cumplir las metas esenciales que el mercado y los agentes privados no pueden cumplir. También descubrirá que, si bien es cierto que se necesitan reformas de mercado para hacer la economía más eficiente, no menos cierto es que tratar de aplicar a rajatablas un programa ortodoxo de reformas liberales puede resultar tan traumático que termine poniendo en juego la gobernabilidad, la estabilidad y la viabilidad de su propio gobierno. El desafío es enorme, pero es de esperar que Milei pueda sacar adelante una gestión de gobierno que ponga fin a la pesadilla económica por la que atraviesa, una vez más, la República Argentina.

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