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La columna de Miguel Guerrero

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Al vacío dejado en el mundo de la lírica por la muerte  temprana del tenor Luciano Pavoriti se unió después la de Yma Súmac, una de las voces femeninas más prodigiosas que jamás haya existido.

Tenía 86 años y se dice que aún su voz se asemejaba a la de un arpa, cuando subía a escalas donde pocas pueden alcanzar. Su carrera no se desarrolló únicamente en el campo clásico, incursionando con éxito en diversos géneros populares. Sus agudos eran de una extraordinaria belleza alcanzando las cinco octavas, desde cuyas alturas podía pasar a registros graves con enorme facilidad y rapidez. Dominó como muy pocas la técnica de la coloratura, que le permitía sucesiones de notas rápidas, extendiendo así una misma vocal a varias notas sucesivas.  Una  poco común condición requerida en las óperas de Bellini, como es el caso de Norma y La Puritana; Rossini, en El Barbero de Sevilla, Una italiana en Argel y La cenicienta; y Donizetti, en Elixir de Amor y La hija del regimiento, entre otras.

De origen peruano, vivió  mayormente en Los Angeles, donde murió de un cáncer del cólon. Su carrera se inició en la adolescencia y muchos dominicanos de mi generación la recuerden con nostalgia porque vino en más de una oportunidad al país, en ocasión de los célebres aniversarios de La Voz Dominicana, la emisora de Petán Trujillo, el patán hermano del dictador que hizo de la radio y la televisión un feudo personal.

La noticia de su fallecimiento me remontó a aquellos lejanos días en que la escuché cantar por primera vez, creando en mí una fuerte y agradable impresión que no he superado y que influyó después poderosamente en mis inclinaciones musicales. “El cóndor pasa”, en su voz, fue una experiencia musical inolvidable. El dulce color de su lirismo dejó en miles de amantes de su voz un recuerdo imperecedero. Con su muerte desaparece una de las altas figuras femeninas del canto lírico y popular.

Miguel Guerrero.

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