La corrupción es una de las lacras de nuestra sociedad. Pero no es algo nuevo. En la Biblia hay muchas referencias a ella escritas hace miles de años. Los sobornos, son tan antiguos como la vida misma.
La corrupción no entiende ni de regiones ni de siglas políticas. Los escándalos se han producido en todas las comunidades y en todos los partidos. Donde ha habido poder ha habido corrupción. Los últimos y graves escándalos han calado como nunca en la ciudadanía y han colocado a la corrupción, de manera destacada, como la segunda preocupación de los dominicanos.
Porque lo primero que nos inquieta es la insoluble inseguridad ciudadana, pese a los esfuerzos de las autoridades para acabar con esa situación que nos viene afectando, ya que la gente temer salir de noche a las calles por desaprensivos que por un simple celular le quitan la vida a cualquier ser humano, y eso es lo de menos, porque hay otros que roban bancos comerciales y de apuestas, carros, secuestran, así como otras acciones fraudulentas para engañar y despojar al prójimo de sus bienes .
Otra de las lacras que nos preocupa, son los puntos de drogas que operan en barrios de la capital y del interior del país, que proliferan como verdolagas y difíciles de detectar por las autoridades policiales, debido a que los narcotraficantes viven movilizándose de un lugar a otro.
Tan de actualidad es la corrupción, pero a su vez tan antigua. Pese a la enorme dimensión de los casos que copan las portadas de los periódicos, la corrupción es casi tan antigua como la vida misma. Desde hace miles de años ha habido casos de este tipo y también entonces los autores fueron reprendidos, aunque no siempre con facilidad, como sucede ahora aquí.
La Biblia recoge ejemplos de ello y sobre todo condena estas prácticas, extendidas a lo largo de la historia y por todo el orbe. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo muestran cómo el «justo» debía luchar contra el soborno, el fraude y el robo de aquello que recaudaban a los que trabajando debían pagar sus impuestos. Como si el tiempo no hubiera pasado.
La corrupción para el cristianismo entraña un pecado grave pues es una agresión al prójimo y también al bien común. Aunque de carácter más general dos de los diez mandamientos engloba este tipo de actuaciones. Concretamente el que dice: «No codiciarás los bienes ajenos» y el que sin medias tintas afirma que «no robarás». Además de ellos, la Biblia está repleta de alusiones muy explícitas a una corrupción que se asemeja mucho a la que está destruyendo a muchos países, y el nuestro no es una excepción, en las que se marca el camino que el «justo» debe seguir.
En el libro de Samuel, por ejemplo, se citan también los presentes como agasajo para conseguir favores: «sus hijos no siguieron su camino: fueron atraídos por el lucro, aceptaron regalos y torcieron el derecho» (I Sam 8, 3). El profeta Daniel tiene un mensaje para un colectivo cuestionado. «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables» (Daniel 13:53). Hay muchísimas referencias más entre los libros y profetas del Antiguo Testamento que inciden en estas cuestiones.
En el Nuevo Testamento, las referencias a sobornos, extorsiones y fraude en general, también tienen gran cabida en los Evangelios así como entre los apóstoles en sus cartas posteriores, especialmente en San Pablo. Quizás el ejemplo más claro es Zaqueo, un recaudador de impuestos que se había enriquecido defraudando aún más a su pueblo y que ve pasar a Jesús a por Jericó. Su conversión fue inmediata y en el Evangelio de Lucas se cuenta que conmovido fue consciente de lo que había hecho hasta entonces afirma: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruple».
También en Lucas aparece un pasaje de Juan Bautista, al que acudieron muchos a bautizarse entre los que había personas que no actuaban cumpliendo las normas. El pasaje dice así: «Preguntáronle también unos soldados: ‘Y nosotros ¿qué debemos hacer?’ El les dijo: ‘No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra paga». Igualmente, en Mateo se cuenta que los sumos sacerdotes «sobornaron» a los guardias que custodiaban el sepulcro cuando Jesús resucitó para que no dijeran la verdad.
San Pablo en su carta a los Romanos habla de la importancia de no evadir impuestos ante una costumbre extendida entonces. El apóstol de los gentiles insta a esta comunidad: «Por eso precisamente pagáis los impuestos, porque son funcionarios de Dios, ocupados asiduamente en ese oficio «dad a cada cual lo que se debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor. Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley».
Fuente: La Biblia.
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