Mario Monti asumió el gobierno técnico en Italia para estabilizar la economía durante la crisis eurozona.
Santo Domingo.– En noviembre de 2011, mientras cumplía mi tercer año como Embajador dominicano ante la Santa Sede y la Orden de Malta, Europa vivía una gran sacudida.
Un año antes, en diciembre de 2010, había viajado a Atenas, Grecia, para presentar mis cartas credenciales como Embajador concurrente ante la República Helénica. Aquel día, después de la ceremonia oficial con el Presidente de Grecia, al regresar al hotel, el aire se llenó de gases lacrimógenos: las protestas contra los recortes y las medidas de austeridad se habían desbordado en las calles del centro.
Las explosiones, los gritos y el humo que cubría la Plaza Sintagma eran el rostro humano de una crisis que estaba comenzando a estremecer a toda Europa.
Grecia era entonces el epicentro del colapso financiero que pronto contagiaría a Italia y a otros países del continente.
La deuda pública se había disparado en varios Estados europeos, y la confianza en el euro pendía de un hilo. Italia, una de las principales economías del continente, estaba en el centro del huracán. El entonces primer ministro Silvio Berlusconi perdió el respaldo parlamentario justo cuando los intereses de la deuda italiana alcanzaban niveles insostenibles. El 12 de noviembre de 2011 presentó su renuncia, y el presidente Giorgio Napolitano designó a Mario Monti, un economista respetado en Bruselas, para liderar un gobierno técnico.
Monti asumió con una misión clara: devolverle credibilidad al país y aplicar duras medidas de austeridad. Mientras tanto, el Banco Central Europeo, recién dirigido por Mario Draghi, lanzó inyecciones masivas de liquidez para evitar el colapso financiero. La prioridad era salvar el euro, y cada decisión se tomaba con el reloj en contra.
Durante esos meses, la palabra austeridad se volvió parte del vocabulario diario. Italia recortó gastos en todos los sectores, incluso en su diplomacia.
Dos años después, en 2014, la embajada italiana en nuestra capital fue efectivamente cerrada y sus funciones trasladadas a Panamá.
El Presidente Danilo Medina en su visita a Roma en junio del 2014 me entregó copia de una correspondencia dirigida al presidente de Italia Giorgio Napolitano para que ayudara en los esfuerzos por restablecer la Embajada italiana en Santo Domingo, lo que se logró posteriormente.
Fue una muestra de cómo una crisis financiera puede tener efectos que van mucho más allá de los mercados: también altera la presencia y las relaciones entre los países.
La crisis del euro —que afectó a Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia— dejó en claro que sin confianza y coordinación, incluso las economías más sólidas pueden tambalear. En el caso italiano, la combinación de política incierta, deuda alta y presión internacional creó una tormenta perfecta. Pero también reveló la capacidad de Europa para reinventarse.
El BCE, bajo Draghi, logró estabilizar la situación con su famosa frase “haré lo que sea necesario”. Italia evitó el rescate formal que sí afectó a otros países, pero pagó un precio alto en crecimiento y empleo.
1. La confianza vale más que los números. Cuando la gente y los mercados pierden fe en los gobiernos, todo se encarece.
2. La técnica es política. Una decisión de un banco o de una agencia de calificación puede cambiar el rumbo de un país.
3. La diplomacia también sufre las crisis. Los recortes no distinguen entre oficinas públicas y embajadas; los países pequeños deben estar atentos y preparados.
Europa logró sobrevivir, pero con cicatrices. Italia volvió a estabilizarse, aunque el recuerdo de aquella tormenta —y del humo de las bombas lacrimógenas en Atenas— sigue siendo, para mí, la imagen más nítida de una Europa que luchaba por no derrumbarse.