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La ignorada agente de AMET

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Una de estas tardes este articulista se encontró atascado en un tapón en la esquina formada por la avenida Tiradentes y la calle Frank Félix Miranda de Santo Domingo en dirección norte-sur, es decir, a poca distancia de la 27 de Febrero. Las filas de vehículos estaban paralizadas en todas las direcciones, aunque la intersección de esas dos vías estaba sorprendentemente despajada. De repente, una yipeta negra que venía en dirección oeste-este por la referida calle cruzó en rojo y se colocó en la Tiradentes en dirección sur-norte, justo paralelo a donde me encontraba. Una joven agente de AMET se acercó al vehículo y comenzó a tocar en la ventada del conductor con la intención, es de suponer, de ponerle una multa o darle una advertencia. Los vidrios de la yipeta eran tan oscuros que no se veía nada hacia adentro, de modo que nunca se supo si quien conducía era un hombre o una mujer, un civil o un militar, un joven o una persona mayor. Luego de tocar la ventana varias veces y ser totalmente ignorada, la agente de AMET se retiró, miró hacia arriba y hacia los lados, le brotó una sonrisa nerviosa acompañada de una expresión de impotencia, desconcierto y frustración. En otras oportunidades se ven conductores insultar los agentes de AMET o llamar por teléfono a algún superior para que le enmiende la plana al “atrevido” agente que ha osado pararlos, pero esta vez el conductor (o conductora) simplemente decidió ignorar la autoridad de tránsito que se le acercó ante una violación flagrante de su parte a la vista de todos.

Este hecho pudiese quedar en lo puramente anecdótico si no fuese porque el mismo revela males profundos que están afectando seriamente la convivencia social. En ese breve instante se puso de manifiesto la debilidad del orden legal e institucional que rige el tránsito de la ciudad, lo que se refleja igualmente en otros ámbitos de la sociedad. Es evidente la desconexión entre las normas jurídicas y el comportamiento de las personas, lo que pone en entredicho la noción de respeto a la Ley como pilar básico de la convivencia social. Cuando alguien entiende, por ejemplo, que puede ignorar a su conveniencia las reglas del tránsito y que tal actuación no tiene consecuencia alguna, lo mismo harán otras personas hasta que se generaliza en la sociedad la conducta de desobediencia a la Ley. El problema, pues, se convierte en una manera de ser y de existir, deviene idiosincrático y se sedimenta en la vida social.

Esto no ocurriese, sin embargo, si la autoridad actúa con firmeza y eficacia para hacer valer la legalidad del Estado, ya sea un agente de AMET o cualquier otro funcionario estatal. Aquí tiene plena validez la teoría de las ventanas rotas, es decir, el criterio de que la autoridad estatal, especialmente aquellas que tienen que ver con el orden público, el espacio donde todos confluimos, tiene que hacer valer la Ley en cualquier circunstancia y ante cualquier persona, sin privilegio ni discriminación, con rigor y consistencia, pero sin arbitrariedad. Si esto no ocurre las personas no sentirán el riesgo de la sanción, esto es, el necesario temor de que una violación a la Ley tiene consecuencias para quien la viola. En la escena descrita fue evidente que esa agente de AMET no tenía la autoridad efectiva que le da la Ley para hacer cumplir las normas de tránsito, por lo que el conductor se fue con el convencimiento de que su actuación anti-jurídica no tendría consecuencia alguna y que puede repetirla en circunstancias similares.

Esta situación que se da en el tránsito de la ciudad evoca lo que el filósofo- político Thomas Hobbes, en su monumental obra El Leviatán (1651), describe como el “estado de naturaleza”, es decir, una condición de “guerra de cada hombre contra cada hombre”. Según Hobbes, en tal condición no existe la noción de lo justo y de lo injusto, pues “donde no hay un poder común, no hay ley; donde no hay ley, no hay injusticia”. La fuerza y el fraude son las dos “virtudes cardinales” de los hombres en ese estado de guerra de unos contra otros. Cada quien persigue lo que desea, pero sin estar sometido a un poder común que establezca reglas y límites a las actuaciones de cada quien. La competencia descarnada, la desconfianza mutua y la inseguridad permanente pautan el comportamiento de los individuos. Dicho en otros términos, ante la falta de un poder común o la presencia precaria y limitada de este, cada quien hace lo que le parezca sin importar las consecuencias de sus acciones.

El tránsito capitalino, así como en otros lugares del país, puede caracterizarse como una “situación hobbesiana”, para usar una frase bastante recurrida en los análisis políticos de sociedades que tienen déficits pronunciados de aplicación de la legalidad y el orden estatal. En este escenario cada quien hace lo que le parezca pues, ante la ausencia de un “poder común” (autoridad estatal efectiva), nadie puede reclamar para sí lo que los demás no puedan igualmente hacer. Así, las aberraciones que vemos en el funcioamiento del tránsito cada día no son más que manifestaciones de la ausencia de esa noción vital para la convivencia social que es el respeto a la Ley.

Construir la legalidad estatal es una tarea compleja. Si solo se tratara de un acto de voluntad, la solución estaría al alcance de la mano, pero no lo es. Tampoco se logra de la noche a la mañana como arte de magia. Múltiples esfuerzos y procesos tienen que darse concomitantemente, de manera incremental y sostenida, para salir de esa “situación hobbesiana”. Por supuesto, cuando hay un deterioro creciente en el cumplimiento de la ley, el Estado, en este caso a través de AMET, tiene que enviar señales claras y consistentes de “tolerancia cero” hacia los violadores de las reglas de tránsito. Esto debe ser acompañado de campañas educativas hacia la población para que el respeto a las normas de tránsito se haga “práctica y costumbre”. En otras palabras, una combinación de coerción y educación es la clave que pudiese comenzar a revertir el desorden y la falta de autoridad –guerra de todos contra todos, en la terminología de Hobbes- que caracteriza hoy día el tránsito en la ciudad.

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