El mundo se está deshumanizando. Las herramientas tecnológicas, internet, redes, etc.., lo han invadido; ahora promueven la inteligencia artificial, la creación de máquinas que imitan la inteligencia de los seres humanos, con la habilidad de presentar las mismas capacidades como el razonamiento, el aprendizaje, la creatividad, planear. Estos “aparatitos” como suelo llamarlos, me preocupan; por algún motivo, Dios los ha permitido ¿nos pellizca, tienta, observa? Seamos precavidos, en ningún escenario perdamos la esencia divina: amar al prójimo como a ti mismo.
Reconozco que los “aparatitos” facilitan acciones; pero algunos los manipulan para confundir, para beneficio personal; lo más preocupante es que en cierto sentido, frenan la creatividad, roban complicidad a familias, obstaculizan las relaciones humanas. Confieso, que este avance tecnológico, irreversible, me asusta; abogo por trabajo en equipo, mecanismos presenciales, para comunicarme con mi núcleo de afectos; destacando sanos valores, imitando los utilizados por mis progenitores; el amor y el respeto deben fluir en todo.
Mis padres, campesinos, esgrimían la inteligencia natural, humana; analizaban los fenómenos de la naturaleza y creaban herramientas, para hacer producir la tierra, para predecir situaciones. Hay que ser visionario para llevar del campo a la ciudad, una familia numerosa, para que los hijos puedan continuar estudiando; construirle una vivienda con amplios espacios, sin saber que era la primera de dos niveles en esa ciudad; hay que disponer de hermosos valores, convicción, inteligencia natural, para darle el mismo trato a las personas más humilde y a los más ricos y poderosos, que visitaban ese agricultor, que apenas llegó al tercer curso de primaria.
Indiscutiblemente, décadas atrás, la “inteligencia artificial” era tímida, se disponía de “inteligencia natural”, de la habilidad de amar, respetar, ayudar al prójimo, de personas que solían decirles a sus hijos, con palabras y acciones, “aprendan y trabajen para que los respeten; nunca roben, para que sean libres y vivan en paz””.
Los tiempos han cambiado; la llegada de “los aparatitos” es una competencia fuerte, irreversible, de doble filo, que ha invadido al mundo, pues, aunque contribuya al desarrollo, no facilita la unión familiar. Los padres de familia se comunican menos con los hijos de manera presencial y los niños jueguen poco entre sí; lo hacen por “aparatitos”. Afortunadamente, estos pueden y deben controlarse, aunque los políticos demagogos y los propietarios de negocios tecnológicos están felices, con su desborde. Es obvio, que los padres de familias responsables van muy forzados, al tener que estar atentos al contenido de tantas fuentes de aprendizaje diferentes, para educar sus hijos y hacer de ellos personas de bien, útiles a la sociedad.
Me duele que la inteligencia artificial le gane la batalla a la inteligencia natural; que lo material triunfe sobre lo espiritual; que sepulten el toque humano, el amor. Pido a Dios que nos perdone y nos ayude a superar esta prueba; que aprendamos, que, si el amor y el respeto son fuerte, la tecnología artificial, todos “los aparatitos” se convertirán en luces que conduzcen al compartir personal, a la paz, a la alegría.
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