En los círculos financieros y políticos de este país ha caído muy mal las declaraciones del Gobernador del Banco Central, Héctor Valdez Albizu al vincular los bajos salarios con la alta tasa delictiva que actualmente sufre el país.
Sin embargo, las declaraciones del funcionario tienen algo de veracidad, ya que con los salarios que ganan los empleados públicos privados, no están a la altura de solucionar las necesidades de sus respectivos hogares, en vista de que sus gastos son mayores que el dinero que reciben.
Un sueldo mínimo de 8 mil y 12 mil pesos, para empleados públicos y privados, ahora mismo son insuficientes para sufragar el costo de la canasta familiar que asciende a casi 25 mil pesos, sin incluir pago de alquiler, y de los servicios esenciales y si tienen hijos, la situación se torna aún peor. Por lo que tienen que buscársela a como dé lugar, porque la necesidad tiene cara de hereje, como algunos dicen.
Un obrero y empleado público acorralado por esa crisis, tiene que buscársela a como dé lugar, y muchos ven como una salida dedicarse a actividades non santas, para poder sobrevivir. Muchos caen en la delincuencia, en el narcotráfico, el secuestro, estafa, engaños y en otros delitos.
¿Quiénes son los responsables de esa situación? Algunos dicen que son los magnates empresarios que su política es explotar al obrero pobre para obtener grandes beneficios, lo que constituye su actual modus vivendi, y el que no esté de acuerdo que renuncie de su empresa. La mayoría de estos magnates ganan sueldos lujosos y escandalosos. Mientras que los obreros y empleados pobres se los está llevando el mismo diablo, por lo que se ven en la necesidad de hacer paros y huelgas violentas.
Los empresarios, que son magnates ricos, sufren de avaricia y quieren ganar cada vez más, en desmedro de la población pobre, que es la mayoría en este país. Grandes establecimientos, como supermercados, tiendas de tejidos y electrodomésticos y otros negocios, cada día venden menos, debido a la poca cantidad de clientes que acuden a los mismos, por los altos precios de los productos de primera necesidad y de ciertos lujos.
Y eso no solo ocurre en el sector privado sino también en el gubernamental, donde prevalecen los sueldos de lujos entre los altos funcionarios, y ahora el principal atractivo para participar en las lides políticas, como lo estamos viendo ahora, son los aspirantes a senadores, diputados, alcaldes y regidores, con el fin de ocupar cargos públicos y enriquecerse con los recursos del erario que se les cobra al pueblo.
Al respecto, traigo a colación que la Biblia nos habla que hay ricos y poderosos en este mundo, pero que a la vista de Dios son más pobres y desventurados que muchos que no poseen nada. Los ricos se creen superhombres, semidioses, dueños del mundo, y amos de las vidas de otros.
Estos explotan, oprimen, y desprecian a sus semejantes sin misericordia (Santiago 5:1-6). No tienen necesidad de un Dios, ni de Su reino, o de una vida futura segura, pues creen tenerlo todo ahora. No entienden qué es eso que la Biblia llama “gozo en el espíritu”, y no necesitan pedirle a Dios por el pan de cada día, pues nada les falta.
No comprenden lo que es redención, pues creen ser perfectos, impecables, autosuficientes, y hasta dadivosos con los pobres. Se enorgullecen de dar dinero a las “causas justas y nobles”, y además, creen que son buenos ciudadanos, fieles y devotos padres de familia. Algunos dicen ser creyentes, pues asisten a su iglesia una vez por semana para mostrar “su fe y devoción religiosas”. Tienen por allí alguna “aventurilla” pero son discretos y no hacen escándalo. De vez en cuando se reúnen con amigos para tomar algunos traguitos, aunque en ocasiones se exceden y chocan con sus autos.
Algunos aumentarán sus emociones con algo de estupefacientes a fin se sentirse “high” o más desenvueltos e inhibidos. Sus conversaciones girarán en torno al dinero, y cómo hacer más fortuna a través de nuevas inversiones, nuevas empresas, nuevas adquisiciones, pero nada hablarán de temas espirituales, o de asuntos místicos.
La Biblia nos habla de esta clase de gente en el libro de Apocalipsis 3:17 con estas palabras: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. Estas palabras son duras pero muy ciertas. Cuántos ricos realmente no se dan cuenta de su desgraciada situación.
Son como “muertos vivientes”, y a la vista de Dios—que es lo más importante— ¡son más desventurados y pobres que los más pobres de la calle! Sí, estos ricos indolentes están ciegos, pues no se dan cuenta de nada de su realidad espiritual y moral. Ellos no se ponen a pensar a fondo en cómo están a la vista del Creador y Dios.
Como hemos visto, ya hace mucho que la mayoría de magnates han perdido su alma, por el amor a las riquezas. Jesús dijo de éstos: “Porque ¿qué aprovecha al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma.” (Marcos 8:36). Sí, la mayoría de ricos ha perdido su vida interior, y su salvación futura, por el amor al mundo y sus riquezas.
Fijémonos por un instante lo que dice Santiago, un siervo del Señor: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5).
Aquí hay una riqueza inmaterial que los más de los magnates no tienen, y esa riqueza es, la de la fe, la cual también va de la mano con la esperanza y el amor. El creyente humilde tiene fe en Dios y en Sus promesas, las cuales incluyen la vida eterna y el Reino de Dios. El pobre tiene fe de que su vida tiene un propósito mucho más trascendental que la vida de los ricos y poderosos de la tierra que viven alejados de Dios.
El creyente está consciente de que las riquezas temporales y la codicia por el dinero pueden destruir su fe y su esperanza en la vida eterna en el reino de Dios. Dice Jesús: “Pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la Palabra, y se hace infructuosa.” (Marcos 4:19).
El creyente verdadero se cuidará de no caer en la manía, o en la obstinación, de adquirir más y más riquezas, pues podría destruir su fe en la Palabra de Dios. Y de hecho, muchos cristianos han caído en desgracia cuando han hecho de su profesión de fe un medio para lucrar y enriquecerse injustamente. Estoy hablando de los llamados “ministerios cristianos” que reciben millones de dólares de sus adherentes.
Incluso un importante número de ricos y poderosos terminan frustrados por los múltiples problemas familiares, por acusaciones de fraudes, y por la pérdida de parte o la total de su fortuna. Algunos, al encontrarse desesperados y sin esperanza alguna, decidirán acabar con sus días; y otros, menos radicales, se refugiarán en el alcohol y en las drogas. Estos, al haberlo tenido todo, y quedarse pobres, ya no encuentran sentido para sus vidas y viven vacíos y atormentados. Difícilmente un rico puede ser realmente feliz sin Dios.
Una vez que han alcanzado la sima, ya no saben hacia dónde ir. Entonces viene la frustración, la amargura, la desesperanza, y el deseo de auto destrucción. Verdaderamente los ricos pueden ser tan desdichados como los pobres que viven sin Dios.
El sabio rey Salomón dijo: “…No me des pobreza ni riqueza; manténme el pan necesario.” (Proverbios 30:8). Jesús nos da la fórmula para poder recibir lo necesario de parte de Dios. Él nos dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (comida, vestido, casa, etc) os serán añadidas.” (Mateo 6:33).
En cuanto a la riqueza de Dios, San Pablo nos dice algo interesante en 2 Corintios 8:9: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.
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