Hoy nos enfrentamos a una dolorosa realidad que ha sacudido nuestras conciencias y nos obliga a reflexionar sobre el estado de nuestro sistema penitenciario.
El trágico incendio que cobró la vida de 13 reclusos en la cárcel de La Victoria no fue simplemente un accidente, sino más bien una crónica de una muerte anunciada.
Durante demasiado tiempo, hemos ignorado las condiciones de hacinamiento e inhumanas en nuestras prisiones, así como las señales de advertencia que clamaban por una intervención urgente.
Como sociedad, debemos aceptar nuestra responsabilidad colectiva en esta tragedia.
Los reclusos no son seres desechables; son seres humanos que merecen dignidad y respeto, incluso cuando han cometido errores.
La situación de nuestras cárceles no solo refleja el estado de nuestra justicia, sino también nuestra humanidad.
Es hora de que nos enfrentemos a esta realidad incómoda y tomemos medidas concretas para reformar nuestro sistema penitenciario, independiente del partido en el poder.
No podemos permitirnos más pérdidas de vidas debido a la negligencia y la indiferencia.
Es hora de que el Estado cumpla con su deber de proteger los derechos humanos de todos los ciudadanos, incluso aquellos que están privados de libertad.
La tragedia en La Victoria debe ser un punto de inflexión, un llamado de atención que nos obligue a actuar.
No podemos cambiar el pasado, pero podemos y debemos trabajar juntos para construir un futuro donde la justicia sea verdaderamente igual para todos, dentro y fuera de nuestras cárceles.