La ridiculez a la cual el cual el gran poeta español, Gustavo Adolfo Bécquer definía » como un no sé qué inexplicable”. Es precisamente lo que impide avizorar a los líderes cortos de buen juicio, que no cuenta con el apoyo del electorado y aun así por egoísmo, insisten en lanzarse al fracaso, en vez de procurar un retiro airoso.
Los estadistas siempre saben cuándo terminará su momento y dan paso a su relevo, y es que ningún político puede permitirse hacer el ridículo; es verdaderamente penoso sobre todo después que usted cumple una función pública, mantener la ambición de querer aún más y no por el bien del país, sino por el bien pecuniario individual.
En política siempre son valiosos los buenos consejos de aquellos que han tenido experiencia, y son mejores si son dados desde la discreción y el desinterés; es importante identificar a los que han salido del juego a tiempo manteniendo la dignidad y la entereza, sin la hacer el papel de payasos de circo.
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