La soledad ha sido definida como “un estado de aislamiento en el cual un individuo se encuentra solo, sin acompañamiento de otra persona”. Generalmente, reina el silencio, mueve a la reflexión profunda, invita a conocer el YO interior, a buscar a Dios. A la soledad, los débiles de espíritu le huyen porque se llenan de melancolía; otros no le temen. No la evaden, quienes sienten que pueden valerse por sí mismo, los seguros de sí, con la conciencia tranquila; los que se sienten cómodos consigo.
La soledad, en cualquier escenario, esto es, entre muebles tiesos, plantas con vida, pero calladas, con o sin música, cantar de las aves, etc. motiva a volcar sentimientos, reflexionar, orar; es una situación en que fluyen recuerdos que, de una u otra forma, son responsables de que este triste o alegre; de que sonría o llore, pero que se pueden manejar.
¡Pero llegó el coronavirus! Esta pandemia que ha invadido el mundo ha afectado negativamente todo, incluyendo los aspectos positivos de la soledad; la ha encarcelado, poniendo sus reglas, la controla. En condiciones normales, cada individuo la maneja a su manera; puede salir cuando desee; compartir con los demás la energía positiva, que se desprende de sus meditaciones; pero hoy, el coronavirus arrebata las riendas de la soledad, traza el protocolo, cierra las puertas, priva de libertad.
Ha alterado el ritmo de la soledad; las salidas, encuentros familiares y grupales están limitados; obliga a recogerse en el hogar y ¡nada obligado es placentero! Los frutos, producto de la reflexión serena, deben compartirse, pero el Covid impide salir; le quita encanto a la soledad, poniéndole ribetes de tristeza, temor, angustia, perdida.
Indiscutiblemente, cuando se medita en soledad, sobre las diferentes formas de amar y contribuir al bienestar del prójimo; cuando se dispone de herramientas para hacerlo, pero no se pueden utilizar por barreras como el coronavirus, entonces, pueden surgir dejos de tristeza o depresión. Por tanto, el peligro de esta pandemia no es solo porque ataca el cuerpo, sino el alma; al impedir usar la llave de la libertad, para abrazar a los demás.
La soledad no significa desolación, pero el Covid la desprestigia, obligando a estar en casa; evitando compartir. Debemos admitir que vivimos una nueva soledad, con ribetes de temor y tristeza; debemos combatirla, concentrándonos en tareas, que le resten primacía, poder, liderazgo. Con la ayuda de Dios, la venceremos; habrá un nuevo mundo; pero nunca olvidemos las valiosas lecciones que se aprenden en soledad, tras cualquier aislamiento: el valor de la familia y la amistad; cuidar el cuerpo, sin descuidar el alma; lo espiritual es más valioso que lo material; la fe en Dios es paz.
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