Vivimos tiempos oscuros. Transitamos hacia un mundo bipolar donde se enfrentan los autoritarismos ambidextros y los regímenes democrático-liberales del Occidente político (Fernando Mires). Renacen las guerras de agresión, se erosiona el derecho internacional y estamos en una guerra fría de “guerras por delegación” que evoluciona hacia una guerra caliente al mismo tiempo civil, total y mundial.
Florece el racismo, la xenofobia, el machismo, la homofobia y los discursos de odio contra los otros. En medio de insólitas y estrambóticas teorías de la conspiración, el terrorismo y los extremismos religiosos proliferan y son hasta justificados por la izquierda exquisita. La legalidad penal y el debido proceso son destruidos para, en nombre del populismo penal y el lawfare, combatir a los delincuentes y a los adversarios políticos convertidos en enemigos, en no-personas. El estado de excepción temporal y territorialmente limitado se vuelve la regla permanente y global.
El mundo retorna a la furia de Aquiles. Se recargan así los “bancos de ira” (Peter Sloterdikj) antiliberal, antidemocrática y anticapitalista, en medio del nacionalpopulismo y del terrorismo fundamentalista religioso. Se reivindica, como quería el Che Guevara, “el odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
Las “epidemias de ira” son digitalizadas en las “democracias de enjambre” (Byung-Chul Han), donde pululan impunemente turbas organizadas para la agregación del odio, el escándalo moral y el implacable, sistemático y colectivo “linchamiento digital” de los adversarios (Manuel Arias Maldonado).
Muchos querrán encontrar las causas de este malestar, de este fascismo a la vez político y cotidiano. Pero, a fin de cuentas, como advierte Dan Williams, es el deseo de dominar y eliminar personas, el gozo en cometer atrocidades, lo que retroalimenta las absurdas creencias de quienes se dedican a destruir personas, democracias e instituciones. Como le dice Alfred a Bruce Wayne en Batman: El caballero de la noche, tratando de explicar la inexplicable conducta del Guasón: “Hay hombres que solo quieren ver arder el mundo”.
Son gentes tan dañadas y resentidas que su única motivación es sencillamente crear el caos total. Seres que, tal como advierte Clara Ramas San Miguel refiriéndose a los miembros de la comunidad de los “black pills”, creen que hay una pastilla más visionaria que la roja de Matrix y que tomándosela les permite comprender que “no hay salida, Occidente está condenado y el único camino es recurrir a la violencia, al suicidio o a la destrucción sin sentido”. Es “el arte de la guerra por el arte de la guerra” que lleva a que haya quienes vivan “su propia destrucción como un goce estético de primer orden” (Walter Benjamin).
Como bien señala Hugo Ball, en un ensayo sobre Carl Schmitt, citado por Andrés Rosler en su Estado o revolución, “es un error tocar el violín mientras arde Roma, pero es absolutamente adecuado estudiar la teoría de la hidráulica mientras arde Roma”. Por eso, cuando vivimos en un “mundo en llamas”, a los ciudadanos solo nos queda sofocar los fuegos de la cólera estudiando la teoría de la hidráulica político-constitucional y convirtiéndonos en defensores de la paz, la Constitución, los derechos y el derecho.
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