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La vecina del barrio

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Oigo gritos, voces de gentes muy enfadada; me asomo por la ventana y veo muchas personas que discuten; para ver lo que está pasando salgo a la puerta de mi casa, observo un gran gentío que ocupan cuadras y cuadras del barrio.

Pregunto que es lo que está sucediendo y me dicen que aprendieron a un malhechor…esa noticia me alegró y pensé que por lo menos alguien dejaría de hacer daño a los habitantes de la ciudad, me cuentan que le pegaron una brutal paliza.

Me mezclo entre las gentes para escuchar lo que dicen, algunos están bastante enfurecidos, miro con atención y veo que al final de la cuadra vienen algunas autoridades trayendo al delincuente, me esfuerzo por llegar al lugar por donde va a pasar, la curiosidad hace que entre empujones me acerque, quiero ver con mis ojos al personaje, tal vez lo conozca.

Y ahí lo veo…Creo que nunca lo vi…no lo conozco, tiene el rostro desfigurado, su cara casi no se le ve porque está cubierta de sangre, cuando va pasando veo su espalda muy lastimada, seguro que de tantos latigazos que le dieron, en ese instante sin pensarlo de mi salió un grito: «yo lo conozco» . Estuve escuchando sus sermones, cuantas veces salí apresurada de mi casa, para oírlo, fui a la montaña, al lago, a la casa de algún vecino, vi muchos milagros hechos por sus manos, yo comí de los panes y los peces que multiplicó…no pueden hacerle esto debe haber un error…

Recuerdo que días atrás todos lo victoreaban y le tendían palmas a su paso, ¿Por qué en tan pocos días cambiaron tanto? ¿Y ahora lo llevan a la muerte? Comienzo a caminar cerca de él ¡Cuánto dolor! ¡Que cruz tan pesada carga a sus espaldas! Comienzo a gritarles; a decirles que están equivocados con lo que hacen, que el no es un delincuente, ni un ladrón, ni un asesino, El es el Hijo de Dios, grito y grito pero nadie me oye, nadie repara en mi, mi corazón está desgarrado viendo esa imagen.

Y es ahí en ese momento cuando me acordé de lo que «él» dijo: «El grano de trigo no produce nada, a menos que caiga en tierra y muera, y si muere da una cosecha abundante», recordar esas palabras me traen consuelo, porque se que su muerte trae salvación.

Sigo caminando detrás de la gente, hasta que diviso el monte de la crucifixión. A las doce del mediodía unas nubes muy negras taparon el sol y así estuvo hasta las tres de la tarde cuando «Él» murió en el madero. Uno a uno fuimos regresando; algunos seguían mofándose y otros reconocían que «Él» era el Salvador.

Entré a mi casa llena de lágrimas, pero con gratitud en mi corazón…»El murió por mis pecados». Soy una simple vecina del barrio…Esperando su regreso…

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