Cada vez que voy a mi provincia, Pedernales, que es a veces porque lo hago con recursos propios limitados, regreso a la capital triste y desesperanzado.
El por qué, quizás ni mis compueblanos y mis compueblanas lo adviertan. Están muy afanados en el vivir cada hora en medio de las precariedades. O vivir enajenados bajo la bruma que generan las promesas irresponsables. Solo quien llegue allí con conocimiento del pasado de la provincia podría notar la involución.
El envejecimiento les ha llegado a destiempo. Los de veinticinco años parecen de cincuenta; los de cincuenta, de cien. La juventud se diluye bostezando bajo el sol abrazador de la frontera. Sus rostros, sus cabellos y sus dentaduras son signos de la crueldad de la falta de oportunidades, el principal caldo de cultivo para que Cemento Andino, anclada en el corazón del turístico Cabo Rojo, juegue a “lo coges o lo dejas”.
Pese a ello, Pedernales es un pueblo resistido a renunciar a la alegría que muchos políticos, a través de la historia, han querido matarle. Lo volví a percibir así desde el 19 hasta el 21 de mayo, al fragor de los últimos aleteos electorales. Y más el mismo 20 cuando Danilo Medina ganó las elecciones: se olvidaron de todo para celebrar tal triunfo.
Si algo he de reprocharle a mi Presidente y ex profesor Leonel Fernández, es no haber equilibrado la carga de la distribución de las riquezas nacionales. Durante sus doce años de ejercicio le reclamé más equidad, igual que hice con las gestiones perredeístas y reformistas, muy dadas también a la concentración en los cascos urbanos de las grandes ciudades.
Creo que moriré sin entender bien cómo una provincia con 20 mil ó 25 mil habitantes, rica en recursos pesqueros, turísticos y mineros, y gente con agallas para el trabajo y estoica en su decisión de no migrar a ensanchar la marginalidad capitalina, no haya recibido atención gubernamental suficiente para declararla libre de pobreza.
Desde la miopía propia de un incipiente, no veo otra razón que no sea indolencia o falta de liderazgo. O ambas variables a la vez. Porque veo que sería mínimo el esfuerzo para desarrollar aquel trozo de territorio suroestano, en la frontera dominico-haitiana.
Siempre he dicho que creo en cuantas líneas del metro sean necesarias. Y en los trenes. Y en los túneles. Y en los elevados. Y en la modernización y hermoseamiento de las metrópolis. Creo en el desarrollo empresarial, tecnológico y educativo en las grandes ciudades.
Pero qué sentido tiene eso si, de manera vergonzosa, estamos “matando a plazos” a quienes tienen en sus manos el cuido de una franja tan estratégica de nuestro territorio. Qué sentido tiene si, al mismo tiempo, a golpe de desprecio construimos en otro lado del país un nido de contrabando, mafiosos, drogas, drogadictos y bandidos. La civilización no debería ser exclusividad de nadie.
Para refundar a Pedernales y convertirla en un piloto de provincias libres de pobreza, no hay que esperar un acuerdo precautorio con el Fondo Monetario Internacional ni otro Consejo de Gobierno. Solo se necesita un cambio de visión y voluntad política. Tal vez el nuevo presidente, Danilo Medina, no se olvide de su sur empobrecido.
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