Por segunda vez, los chilenos rechazaron el texto de una nueva Constitución, pese a haberse inclinado hace unos años por luchar por un nuevo texto constitucional, quedando así la Constitución de Pinochet, si no ratificada, por lo menos consagrada popularmente por segunda vez como el mal constitucional menor.
¿Qué significa esto? Veamos… En abril de 1945, cuando los rusos ocupan Berlín y arrestan al jurista Carl Schmitt en su casa, él les dice “he bebido el bacilo nazista, pero no me he infectado” y fue dejado en libertad. Pues bien, algo así podrían decir los chilenos: “hemos sudado la fiebre constituyente, pero ya estamos sanos”. Un capítulo más de un libro que debería ser escrito por un reencarnado Arno Mayer e intitularse “Las fiebres: locura y constituyentes en nuestra América”.
Y es que hay naciones, como Venezuela, que iniciaron un proceso constituyente y sufrieron consecutivamente un “golpe de estado constituyente” (Allan Brewer-Carías) -donde los constituyentes pasaron a gobernar el país, gracias a la mitología, en verdad, teología constituyente de la supuesta omnipotencia del poder de reforma asumido como poder constituyente- y el surgimiento de un “derecho constitucional autoritario populista” (José Ignacio Hernández) producido por una justicia constitucional usurpadora de poderes constituidos y constituyentes que propició -en palabras de Brewer-Carías- una “kakistocracia” (gobierno de los peores) que dejó finalmente de celebrar elecciones -más o menos limpias- cuando el populismo se volvió impopular.
El despertar de los muertos constituyentes se justifica siempre como reacción a un viejo régimen: la “cuarta república” de Punto Fijo y su “moribunda Constitución” en Venezuela; e, incluso, fuera de América, el “régimen del 78” de los pactos de la Moncloa en la España que algunos quieren eliminar; ambos regímenes democráticos, basados en partidos fuertes que buscan el consenso de las elites. En Chile, se buscaba sustituir la “ilegítima” Constitución de 1980, ignorándose que, como decía el gran Carlos Santiago Nino:
“La mayoría de las constituciones particulares que hoy rigen […] no han sido el producto de un procedimiento democrático legítimo. Basta pensar un momento en todas las exclusiones e irregularidades a través de las cuales fueron sancionadas constituciones como la argentina o la norteamericana -por ejemplo, la exclusión de las mujeres, de las diferentes minorías raciales, de los pobres, además de la selección de los convencionales- para que debamos concluir honestamente que están demasiadas alejadas de la ortodoxia democrática elemental”.
En plena “fatiga constitucional” (Orlando Goncalvez), terminada la fiesta constituyente, ese baile de San Vito del siglo XXI -parafraseando la expresión de Hermann Rauschning, vía Bergier & Pauwels y su Retorno de los brujos, sobre esa agitación intensa que puede sacudir a naciones enteras cuando caen presas de locuras temporales tales como el nazismo, o como esa estrambótica doctrina constituyente Ricky Martin de “living la Constitución loca”-, solo queda a los chilenos vivir con su Constitución.
Habitar la “casa constitucional” (Pablo Lucas Verdú) significa impulsar avances por la vía de la ley, las reformas constitucionales, el litigio estratégico, el activismo ciudadano y jurisdiccional y una interpretación constitucional evolutiva que haga de la Carta Magna una “living Constitution”, una Constitución viviente y vivida por todos y sostenida por una cultura política constitucionalista y democrática y unas élites que en nada se avergüencen de hacer realidad efectiva una democracia pactada cotidianamente.
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