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Lo malo de tener demasiado éxito político

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Quizás la mayor paradoja política de los últimos tiempos es que el enorme éxito político de Leonel Fernández, al conducir a su partido durante las elecciones congresuales y municipales de mayo pasado, ha traído como consecuencia el mas serio cuestionamiento a su liderazgo y su Presidencia.

Hasta principios de este año, ninguna de las asociaciones empresariales que han estado coqueteando con los aspirantes presidenciales de la oposición sentía tan urgente necesidad de explicar sus posiciones a esos políticos ni deseaba mucho tampoco escuchar sus ideas sobre cómo gobernar el país.

Las quejas sobre deficiencias en la educación difícilmente motivaban suficiente respaldo como para aglutinar movimientos de opinión pública como el actual en reclamo de que en el Presupuesto se asigne un equivalente al 4% del PIB al Ministerio de Educación.

Las denuncias de corrupción, una constante de casi todas las administraciones desde la era de las cantaletas en los albores de la república, movían al morbo e indignaban a los ciudadanos más recatados, pero nunca como en los últimos meses habían los medios de comunicación recogido o reflejado una percepción de hastío o desencanto tan enorme. Pero ningún líder opositor se atreve a someter a la justicia a aquellos a quienes llaman corruptos aunque insisten con la cantaleta…

Es como si de repente, pese a que invocan una imposibilidad constitucional en la que no parecen creer mucho, los políticos que no han podido nunca vencer a Leonel Fernández han convenido en un propósito común, que es buscar todas las maneras posibles de reducir la influencia y la simpatía que han fundamentado el liderazgo del Presidente. Quieren desprestigiarlo.

Algunos analistas susurran que los llamados poderes fácticos han decidido que a la república no le conviene que un solo hombre tenga en sus manos tantos hilos del poder como le atribuyen al Presidente Fernández.

Ya importa poco que la tremenda crisis económica internacional haya afectado a los dominicanos menos que en otras naciones, entre ellas poderosas como España y Francia; el notable crecimiento de la economía y la estabilidad mantenida a pulso han perdido el brillo de su novedad; los programas sociales que han evitado que se pase hambre en los barrios más depauperados tampoco cuentan; los esfuerzos por institucionalizar el país son descontados.

Antes decían que más vale caer en gracia que ser gracioso. Al Presidente parece que le ocurre al revés…

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