En la tradición política dominicana, los cambios en la burocracia y grandes anuncios tuvieron la virtud de proporcionarles a los gobiernos un respiro momentáneo en situaciones difíciles. Esa práctica consuetudinaria se perdió en la presidencia de Leonel Fernández, sin que los resultados fueran mejores para el gobernante.
Joaquín Balaguer apeló a ese expediente para darse tiempo cuando la casa parecía venírsele encima o simplemente como cortina de humo para acallar las protestas o desviar la atención pública de cuestiones que comprometían seriamente su administración en términos morales o políticos. Con Fernández fue distinto. En su primer mandato apenas introdujo cambios en la estructura burocrática y en los cinco años siguientes tras su regreso al Palacio Nacional tampoco lo hizo. Pagó muy caro por ello. El descenso de su popularidad y la pérdida creciente de confianza se reflejaron en las encuestas y las protestas de toda índole que enfrentó en el último año. Las demandas de mayor atención oficial y repudio a los actos de corrupción denunciados por los medios y la sociedad civil en amplias esferas del gobierno, acabaron con su liderazgo.
Cuando entendió esa realidad, a mitad de su último mandato, las remociones y cambios no llenaron las expectativas porque ya parecía demasiado tarde y su nivel de aceptación era tan escaso que le bastaba con bajar unos cuantos puntos en las encuestas para hallar petróleo.
El lunes, 27 de febrero, el presidente Danilo Medina comparecerá ante la Asamblea Nacional para rendir cuentas de su gestión y cumplir así con una de sus obligaciones constitucionales. Aunque su popularidad sigue alta, por encima del 50%, lo que anuncie ese día se reflejará en esos índices. El presidente ha aprovechado esa oportunidad para hacer grandes anuncios. El país espera que haga nuevamente de esa efeméride patriótica una ocasión especial.
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