SANTO DOMINGO.- El 5 de junio de 1961, en la Sala 7514 del Departamento de Estado de los Estados Unidos, se llevó a cabo una reunión de alto nivel sobre la crisis dominicana, revelan los varios de los documentos secretos dados a conocer en el dosier sobre el asesinato de John F. Kennedy que desclasificó el presidente Donald Trump.
Entre los asistentes figuraban el vicepresidente Lyndon B. Johnson, el secretario de Defensa Robert McNamara, el jefe del Estado Mayor Conjunto General Lyman Lemnitzer, el subsecretario de Estado Chester Bowles y el subsecretario adjunto Alexis Johnson. También estaban presentes influyentes funcionarios de inteligencia y política exterior como Ed Murrow, Arthur Schlesinger, Richard Goodwin y José Morales Carrión.
La discusión giraba en torno al asesinato de Rafael Leónidas Trujillo, ocurrido apenas días antes, el 30 de mayo.
Johnson, quien en aquel momento tenía un conocimiento limitado sobre los entresijos de la operación que llevó a la muerte del dictador, expresó preocupación por un informe del cónsul general Henry Dearborn, cuyo tono «alarmista» advertía sobre la posible implicación de Estados Unidos en la entrega de armas a los disidentes.
«El vicepresidente entonces preguntó cuál era el tiempo y la autoridad en la entrega de armas», señala un memorando de la reunión elaborado por J.C. King, un alto funcionario de la CIA.
El documento revela una falta de claridad sobre el rol de Washington en la conspiración.
Aunque los registros muestran que la CIA y el Departamento de Estado habían facilitado algunas armas a los opositores de Trujillo, no existe evidencia de que se haya autorizado explícitamente la entrega de fusiles utilizados en la emboscada al dictador.
Sin embargo, el propio King reconoce que, tras la reunión, se le pidió elaborar un resumen sobre la entrega de armas a los disidentes, lo que sugiere que la cuestión preocupaba a la administración de Kennedy.
La conexión de «Wimpy» Berry y la traición entre los conjurados
A medida que la dictadura de Trujillo colapsaba, las tensiones entre los conjurados se intensificaban. Uno de los nombres clave en la conspiración era el estadounidense Lorenzo A. «Wimpy» Berry, dueño de un supermercado en Santo Domingo y presunto enlace entre los complotados y la misión diplomática de EE.UU. en la capital dominicana.
Según un cable enviado por la CIA el 9 de diciembre de 1961, el periódico La Nación publicó una declaración del detenido Huascar Tejeda Pimentel en la que afirmaba que Berry había suministrado los fusiles M-1 Garand utilizados en el atentado contra Trujillo. Además, se descubrió que Berry había servido como intermediario en la entrega de armas desde el consulado estadounidense hacia los conspiradores.
El informe del FBI, basado en interrogatorios de la brutal policía secreta de Trujillo, el SIM, ofrece detalles estremecedores de lo ocurrido tras el asesinato. Los conspiradores se refugiaron en la casa del médico Robert Reid Cabral, quien fue llamado de urgencia para atender a los heridos. Reid no formaba parte del complot, pero quedó atrapado en la red de la conspiración.
Fue en este refugio donde estallaron violentas disputas internas entre los complotados. Según el testimonio del oficial del SIM, Ortiz, recogido por el FBI, Antonio de la Maza, uno de los líderes del grupo, atacó al Dr. Reid y llegó a apuntar con su arma a la cabeza del hijo del médico cuando este se negó a llevar un mensaje al cónsul de EE.UU. pidiendo ayuda para evacuar a los conjurados. Pero el momento más atroz se produjo cuando, en medio del pánico, De la Maza violó a la esposa del doctor Reid frente a sus compañeros.
El suceso generó una profunda fractura entre los complotados. Roberto Pastoriza y Salvador Estrella Sadhalá, indignados por la brutalidad de De la Maza, discutieron violentamente con él. Pastoriza abandonó el refugio poco después, y Estrella se marchó horas más tarde. La desbandada permitió a las fuerzas trujillistas capturar a varios de los conspiradores, que fueron brutalmente torturados hasta confesar su participación.
Dura crítica a Antonio De la Maza
El documento desclasificado de la CIA sobre Antonio de la Maza ofrece una visión detallada y en ocasiones sorprendente de su perfil, basándose en informes de inteligencia recopilados en la década de 1950 y principios de 1960.
De la Maza, uno de los principales conspiradores en el magnicidio de Rafael Leónidas Trujillo, es descrito como un individuo de carácter fuerte, impulsivo y con antecedentes de violencia.
Uno de los datos más reveladores del informe es el incidente en el que Antonio de la Maza presuntamente agredió físicamente a la esposa de su protector, un influyente miembro del régimen trujillista.
Según el documento, «De la Maza golpeó brutalmente a la esposa de su benefactor en un arranque de ira, lo que generó una crisis dentro del círculo de confianza en el que se movía». Este episodio, aunque poco mencionado en la historiografía tradicional, refuerza la percepción De la Maza como una figura apasionada y a veces temeraria.
El informe también menciona que, aunque De la Maza provenía de una familia con conexiones cercanas al régimen, su desprecio por Trujillo creció a raíz del asesinato de su hermano. «Desde ese momento, De la Maza juró venganza contra Trujillo y empezó a buscar activamente aliados en su causa», señala el documento.
Otro aspecto interesante es la evaluación que hace la CIA sobre su liderazgo en la conspiración. Si bien se le reconoce como un hombre valiente y decidido, el documento sugiere que su temperamento explosivo podría haber sido un factor de riesgo para la operación. «Aunque su odio por Trujillo era genuino y profundo, sus reacciones impulsivas preocupaban a algunos de sus propios compañeros», se indica en un apartado del informe.
En cuanto a su relación con otros conspiradores, el informe destaca que De la Maza tenía una conexión cercana con figuras como Amado García Guerrero y Huáscar Tejeda, pero que hubo fricciones con algunos sectores del movimiento opositor debido a su actitud intransigente.
Estos detalles, extraídos de documentos que permanecieron clasificados durante décadas, aportan una nueva dimensión a la figura de Antonio de la Maza, mostrando que, más allá de su papel heroico en el ajusticiamiento de Trujillo, su personalidad y su pasado estuvieron marcados por episodios de violencia y conflicto.
La represión y la huida de los estadounidenses
Apenas tres días después del magnicidio, el SIM ya había identificado a la mayoría de los participantes. Los líderes de la conspiración que no fueron abatidos en enfrentamientos, como Pastoriza y Estrella, terminaron en las celdas de la temida prisión de La 40. Mientras tanto, la embajada de EE.UU. maniobraba para proteger a sus ciudadanos implicados.
«Wimpy» Berry y su familia fueron escoltados fuera del país y trasladados a Florida. En Washington, la CIA le entregó $2,000 por «gastos» antes de que regresara a Santo Domingo meses después, tras la amnistía otorgada a los complotados en diciembre de 1961.
Sin embargo, su activismo político continuó: Berry y su esposa apoyaron a los sectores más conservadores de la política dominicana y estuvieron involucrados en los movimientos que derrocaron a los gobiernos democráticos de Juan Bosch y, posteriormente, de Donald Reid Cabral.
¿Libertad o venganza?
El relato de la conspiración y sus protagonistas deja en evidencia que la caída de Trujillo no fue impulsada únicamente por un deseo de democracia. Muchos de los involucrados en el magnicidio actuaron por razones personales o por aspiraciones de poder.
Un interrogatorio del SIM reveló que el general Antonio Imbert Barrera, quien más tarde gobernaría el país, no estaba motivado por ideales democráticos. De hecho, la intención de varios conjurados, incluido el general Román, era establecer un nuevo gobierno autoritario en lugar de permitir elecciones libres.
La historia de la caída de Trujillo sigue rodeada de sombras y secretos. La intervención de EE.UU. en la trama sigue siendo un tema de especulación. Si bien los documentos muestran que Washington dudó en proporcionar apoyo militar directo, la presencia de figuras como Berry y las acciones encubiertas de la CIA demuestran que el gobierno estadounidense estaba profundamente involucrado en la crisis dominicana.
Mientras tanto, la violencia dentro del grupo de complotados, marcada por traiciones, abusos y disputas por el liderazgo, refleja una verdad incómoda: el fin de una dictadura no garantiza la llegada de la democracia, y la libertad de un pueblo a menudo queda atrapada en los juegos de poder de quienes buscan reemplazar a los tiranos.
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