Me permito refrescar la memoria, sobre el artículo que escribí en el 2014. Decía y sostengo, que la frontera entre Haití y RD es como un pare, una cicatriz, que se produjo al separar estas dos naciones para que fueran libres e independientes; para que cada una desarrollara sus potencialidades, valores, tradiciones; buscara su camino hacia una vida mejor, acorde a su esencia; disfrutaran de paz y bienestar. Era lo que perseguían los independentistas, pues, aunque vecinas, son diferentes.
Sin embargo, algunos líderes no defienden con firmeza la soberanía nacional; los negocios y afanes de poder, les tumban el pulso. Todo parece indicar que lo prioritario es usar la frontera como plataforma para lograr metas económicas y políticas, para favorecer individuos y grupos. No hay coherencia entre las teorías y las practicas. Cada día se ignora más la línea divisoria, facilitándose, sin control, el desplazamiento hacia uno u otro lado. ¿Qué significa esto?
No logro entender las acciones de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; tienen leyes para regularizar los inmigrantes haitianos, pero no para poner control efectivo a su entrada por la frontera; cientos la cruzan a diario, sobornando o como sea. Parecería que el Estado pone caramelos para atraerlos; en lugar de ayudarlos a trabajar en su propio país, lejos de la frontera; incentivan la inversión empresarial en la misma; exonerando del pago de aranceles aduanales, transportes, maquinarias, etc.
Dicen que la idea es ayudar los pueblos de esa región. Sin embargo, es un regalo envuelto para los empresarios; están felices, libres de impuestos y con la mano de obra ¡Super barata! que le llega de Haití, desplazan los criollos. ¿Y entonces?
Otro caramelo es que el presidente de la Republica ha solicitado a la Unión Europea que construya hospitales en la frontera, cuando debió ser en el centro de Haití. Esa forma de demostrar generosidad, para que los haitianos no tengan que caminar tanto para llegar a nuestros hospitales, se presta a confusión. Más aun, cuando se ha creado todo un tinglado de leyes, decretos y reglamentos, que les permitirá “regularizarse” luego de sanar y parir las criaturitas.
¿A quiénes les conviene, que la isla sea una e indivisible? ¿Cuál es el afán de que los pobres de ambas naciones tengan la misma fuente de trabajo, comida y salud? ¿Por qué no dejan que el gobierno haitiano se ocupe de su carga? La meta debería ser facilitar el progreso del haitiano en su hábitat, en su núcleo de afectos y la del dominicano, en el suyo; así serán más felices. Ahora bien, si lo que buscan es facilitar los negocios para determinados empresarios, pagaremos un precio alto, poniendo en peligro la soberanía.
Lo que procede es poner un muro en la frontera, ¡bien alto!; no es la solución, pero ayuda, hasta que cada nación se organice y desarrolle sus potencialidades.
Preocupa escuchar reconocidos economistas y empresarios decir que “la frontera que divide RD y Haití representa una buena oportunidad para que las empresas dominicanas y extranjeras, puedan invertir; que es una zona que permite el desarrollo integro de la isla, aprovechando los recursos de los dos países y trayendo beneficios a ambos”. Cuidado, señor presidente. Los oligarcas globalizados, que solo les importa lo que beneficia sus negocios, tienen “todas las posibilidades”, muy bien pensadas, incluyendo la de abandonar la isla, si es necesario.
Instalar negocios en una frontera abierta, llevar haitianos a trabajar en ellos, así como en la construcción y agricultura, con sus mujeres pariendo, es una invasión sutil que solo beneficia a grandes capitalistas; que abofetea y destruye los sueños de grandes hombres de la independencia y restauración; que contamina la cultura; destroza las raíces históricas; hiere en lo más profundo los sentimientos patrióticos.
El plan para ayudar a Haití puede y debe ser otro; estamos perdiendo la soberanía.