Tiene poco más de 100 años, desde que nació en la pequeña comunidad rural de Villa Nueva, municipio de Navarrete, pero ya sus piernas lo saben porque han decidido caminar bajo las pautas de un lento andar, aunque su férrea pasión por el trabajo rural, y su casi eterna vocación por el servicio social, no se han enterado de cuánto tiempo ha pasado desde aquella lejana y temprana juventud cuando en los senderos de la vida comenzó a recoger las piedritas blancas del cuarzo de la virtud, con las que migró a la intramontana comunidad rural de El Catey, en Salcedo, donde en la vecina escuelita local de Cañada Clara, flanqueada de mogotes cársticos llenos de fríos ojos de agua que garantizaban el flujo permanente de la cañada, dio sus primeros pasos en el servicio social de alfabetizar a niños pobres y descalzos.
Tiene poco más de 100 años, y mantiene la misma delgadez y esbeltez de siempre, no por falta de apetito como piensa alguna gente, ni por falta de alimentación como podría pensar algún ciudadano de esta nación, sino porque su alto consumo de calorías en sus largas jornadas laborales de cada día, sembrando plátanos y yautía, le hacían, y todavía hoy le hacen, perder más energías que las que puede recibir, vía oral, en sus escasas pausas para almorzar.
Tiene poco más de 100 años, en los que tuvo que instalar y administrar un colmadito rural para poder alimentar a 5 hijos que le trajo la vida, 4 hembras y un varón, colmadito donde vendía todo tipo de alimentos, …pero no vendía ron, y que se convirtió en centro de atención social para toda una vecindad que acudía a buscar yuca para desayunar, o arroz para almorzar o batata para cenar, con dinero o sin dinero, pues su vocación le susurraba al oído que comer está primero, y toda su vecindad siempre ha sabido que para ella lo social siempre ha estado por encima de lo comercial.
Tiene poco más de 100 años, y en ellos pocas veces ha tenido que usar la estufa de gas que hace décadas le trajeron en navidad para cocinar en comodidad, pues ama tanto a su viejo fogón, de leña, ceniza y carbón, que cada día prefiere la satisfacción de cocinar sus carnes, ya machacadas en peña, para que les queden cocidas con suave olor a la resina de leña, y aromatizar su arroz con el olor del crujiente carbón, donde el denso humo blanco, resultante de la combustión, se mezcla con la cocción, para convertir la hora de almorzar en ritual que sabe disfrutar.
Tiene poco más de 100 años, creyendo y adorando a Dios por todo lo bueno que Dios le dio, incluyendo una larga y muy sana vida, rodeada del cariño de todos sus amados vecinos y del gran amor de toda su familia, y tanto ha creído en Dios que ha donado parte de sus pocas tierras rurales, y parte de sus escasos beneficios laborales, para la construcción de una pequeña iglesia rural donde sus vecinos pueden venir a orar, y aunque ella no lo sabe, todos sus vecinos, cuando vienen a orar, le piden en secreto a Dios que la libre de todo mal.
Tiene poco más de 100 años, construyendo un camino de ejemplos para la abnegada mujer rural, sirviendo con dignidad y sin esperar gratificación de la sociedad, y si el ministerio de Economía tuviese que ubicarla en alguna categoría, de seguro la pondría en el renglón de la pobreza marginal, porque durante un siglo ella ha tenido que usar sus manos para cultivar la tierra y poder alimentar a sus hijos y a sus vecinos, pero si el ministerio de la Mujer tuviese que reubicarla en la estratigrafía social, de seguro la pondría en la categoría de la riqueza moral, de la riqueza laboral, de la riqueza espiritual, y en el tope del más alto peldaño del servicio social, y por eso hoy la presidencia de la República y el ministerio de la Mujer reconocen a María Leonidas Disla (mamá Liona para sus hijos) como ganadora de la Medalla de la Mujer Dominicana 2022, en el renglón Rural, porque ella tiene poco más de 100 años siendo un digno ejemplo de la verdadera mujer rural dominicana.