Para quienes tenemos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, ninguna situación puede vencernos sin importar su magnitud ni su tamaño. Somos hijos de Dios, hermanos de Cristo, coherederos de la gracia y siempre bendecidos por nuestro Padre Celestial, que tiene control de nuestras vidas.
Los que hemos abierto nuestros corazones y hemos decidido asumir a Jesús como centro de nuestras vidas, vemos las cosas de manera muy diferente. Jesús nos transforma de manera total y plena, nos hace entender que ni el conocimiento, ni el dinero, ni la fama, ni los reconocimientos, son lo esencial en nuestra existencia. Podemos ser los sabios más grandes, los eruditos con mayor visión y preparación, pero si no entendemos que todo eso es fruto de que el Señor nos ha bendecido con su gracia y su poder, de nada nos sirve. Podemos ser los más grandes millonarios, tener todo el dinero del mundo, pero si creemos que eso ha sido fruto de nosotros mismos y que con ello lo podemos todo, estamos caminando el sendero equivocado y nos estamos alejando de Dios. Si el dinero se convierte en el rey y Dios de nuestras vidas, si no entendemos que todo lo que poseemos es un regalo del Dios verdadero y todopoderoso que nos dio talento y capacidades para producir ese dinero y que debemos serle fiel honrándolo con diezmos y ofrendas, ayudando a mucha gente que tienen muy poco o no tienen nada y que la gloria de Dios es muchísimo más importante para nuestras vidas que la mayor cantidad de dinero del mundo, si hacemos del dinero la razón de todo, relegando a Dios y olvidándonos de su misericordia para con nosotros, entonces ese dinero se convertirá en la razón de nuestros fracasos y las fuerzas del mal podrán hacer estragos en quienes así piensen y actúen. Si creemos que por ser famosos, populares, influyentes o reconocidos por todo el mundo, no debemos rendirnos ante los pies del Señor, estamos en la ruta equivocada y la vanagloria nos hundirá en el pantano de la miseria espiritual. Si creemos que lo tenemos todo y nos falta Jesús en nuestros corazones, entonces no tenemos nada.
Debemos estar siempre cerca de Dios. No alejarnos, porque las fuerzas del mal y las tentaciones de la vida mundana siempre nos acechan para tratar de que nos alejemos de quien es nuestro Creador y Padre Eterno. En el libro de Romanos, capítulo 8 versículo 31, el Apóstol Pablo dice que si «Dios está por nosotros, quién contra nosotros?». Y a continuación expresa que si Dios fue capaz de entregar a su hijo Jesús para que muriera en la cruz por todos nosotros, cómo no será entonces él capaz de concedernos todas las cosas. Muchas situaciones y tentaciones nos quieren separar del amor de Dios. Muchos nos quieren desviar del camino, intentan maltratarnos y herirnos porque hemos tomado el camino de Jesús y su ejemplo. Pero nada pueden contra nosotros porque, como muy bien dice Pablo en Romanos 8:28 «para los que aman a Dios, todas las cosas obran para bien». Y en el versículo 37 su expresión no puede ser más exacta y certera cuando afirma que «ante todas esas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó». Amén.