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Mi conversación con Henry Kissinger

Enfoque

Me imagino que hoy día, dada la nueva tecnología, esos dominicanos tienen sus pequeños radios en el bolsillo y escuchan la música a través de audífonos colocados en sus oídos.

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La muerte de Henry Kissinger, ex canciller y director del Consejo Nacional de Seguridad norteamericano, a los 100 años de edad, me hizo recordar una larga conversación que tuve con él cuando yo era embajador dominicano ante la Casa Blanca. Tuvo lugar en la casa de playa de Oscar de la Renta en Punta Cana, donde también estuvieron presentes, además del dueño de la casa, Nancy, la esposa de Kissinger, Barbara Walters, y otros.

Durante la cena, Kissinger me preguntó cuáles eran mis principales objetivos como embajador y, entre otros, yo le cité la creación de un grupo de presión y cabildeo conformado por ciudadanos norteamericanos de origen dominicano, al cual habíamos llamado “La Mesa Redonda Domínico Americana”. Su función era lograr que nuestra diáspora influyera políticamente sobre el Congreso y el Poder Ejecutivo norteamericanos, a través de su poder de votos en las elecciones estadounidenses, en asuntos de interés de la República Dominicana. Kissinger ripostó diciendo que no era correcto que grupos norteamericanos de origen étnico trataran de influir sobre asuntos domésticos norteamericanos. Yo le contesté que en teoría eso sonaba muy bien, pero que en la práctica dichos grupos existían y eran muy efectivos. Le cité el caso de los cubanos anti castristas que, a través de su organización en la Florida habían logrado influir mucho sobre la política norteamericana hacia el régimen de Fidel Castro, incluyendo el mantener las fuertes sanciones sobre Cuba. Le indiqué que precisamente se habían adoptado los estatutos de la fundación cubano-americana para redactar los de la Mesa Redonda Domínico-Americana. A sabiendas de que Kissinger era judío, le cité también la enorme influencia de los grupos judíos norteamericanos hacia la política de Washington sobre Israel. Los irlandeses son otro grupo que influyen mucho en los conflictos entre católicos y protestantes irlandeses y la actitud de Washington hacia esa situación.

Tuvo que admitirme que yo lamentablemente tenía razón. Le adelanté, sin embargo, que el hecho de que casi toda la diáspora dominicana en Estados Unidos vivía en estados como Nueva York, New Jersey, Connecticut y Massachusetts significaba que estaban en estados demócratas y que mucho mayor poder de influencia hubiésemos tenido si nos hubiésemos ubicado en estados como Iowa y Montana que son estados bisagras, donde unos pocos votos deciden si votan a favor de demócratas o republicanos. Le cité el caso de un joven dominico americano de la zona de Nueva York donde habitaba la madre de Kissinger, el Bronx, quien había sido elegido para el congreso estatal de Nueva York. Actualmente, Adriano Espaillat es congresista federal en Washington y ya ha logrado cosas importantes para el país.

Visto en retrospectiva este esfuerzo de crear el grupo de presión domínico norteamericano se ha visto debilitado por la capacidad del dominico americano de votar en las elecciones dominicanas y la tentación de que muchos opten por involucrarse en la política dominicana y no correr para posiciones dentro del gobierno norteamericano.

A modo de chiste le dije a Kissinger que con la gran cantidad de peloteros dominicanos “ya controlábamos” las Grandes Ligas y que nuestro objetivo a largo plazo era lograr un presidente norteamericano de origen dominicano.

Kissinger me contó que cuando su familia llegó a Estados Unidos huyendo de Hitler, se mudaron en un apartamento en el Bronx. A medida que su situación económica mejoraba se mudaron a partes más acaudaladas de Manhattan, pero su madre había insistido en quedarse en el Bronx y que en su edificio todos los apartamentos ya eran de dominicanos menos el suyo. Me explicó como en la zona existían varios yeshivás donde judíos ortodoxos estudiaban el Torá y el Talmud, por lo que necesitaban concentrarse en silencio, pero los dominicanos andaban por las calles con unos grandes radios al hombro que tocaban el merengue a un alto volumen. La autoridad local decidió, con mucho juicio, que culturalmente a los judíos ortodoxos les convenía el silencio, pero que, a los dominicanos, dada su cultura, les convenía el ruido de los merengues y la decisión fue que los dominicanos tuviesen que caminar con sus radios tan solo del otro lado de la calle donde estaban los yeshivás.

Me imagino que hoy día, dada la nueva tecnología, esos dominicanos tienen sus pequeños radios en el bolsillo y escuchan la música a través de audífonos colocados en sus oídos.

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