Unas de las consecuencias más funestas que acarrean la corrupción y la impunidad es que profundizan los niveles de pobreza y la falta de oportunidades, y erosionan los niveles de confianza y credibilidad en las autoridades, los partidos políticos y el sistema, a la vez que vuelcan a muchos escépticos y olvidados a otorgarle un voto de confianza a cualquiera que en un momento determinado pueda erigirse en esperanzas de un mejor futuro, aunque le estén vendiendo sueños o recetas probadamente fallidas.
Y esos vuelcos que se producen de forma inesperada aunque estuviesen precedidos de múltiples señales que simplemente no recibieron la atención necesaria, pueden durar años en revertirse a pesar de que generalmente las medidas populistas que practican amplían la pobreza, socavan los sectores productivos, ahuyentan los capitales y las personas que buscan emigrar a toda costa en busca de empleos y medios de subsistencia, haciendo que los sueños vendidos se conviertan en pesadilla de muchos y jauja de unos cuantos dirigentes, en total negación de las teorías que supuestamente los inspiran.
Basta señalar la revolución cubana que a pesar de sus más de 60 años sigue reivindicando su lucha y señalando culpables como si tantas décadas no debieron ser suficiente para haber alcanzado las promesas, y la supuesta revolución bolivariana que surgió en Venezuela en respuesta a la corrupción de los partidos políticos tradicionales, la cual en más de veinte años solo ha logrado destruir un país otrora pujante y reducir la riqueza, el tráfico ilegal, el enriquecimiento ilícito a monopolio de su camarilla de dirigentes y sus acólitos, la cual mantiene ese país a la deriva con un régimen díscolo, corrompido y desconocedor de derechos que ha obligado a emigrar a muchos de sus conciudadanos.
En medio de esta grave crisis sanitaria y económica generada por la pandemia no podemos perder de vista lo que está sucediendo en Latinoamérica, desde Nicaragua cuyo dirigente autoritario, emergido de la revolución sandinista que derrocó a la dictadura de los Somoza y su todopoderosa esposa, han sumido a ese pobre país centroamericano en mayores precariedades y en total falta de democracia, estando dispuestos a aniquilar a todos los opositores despojándolos de sus derechos con tal de poder continuar en el poder más allá de los casi 15 años que llevan en esta etapa los Ortega, funestas acciones que paradójicamente reclamarían otra canción urgente para Nicaragua; hasta el Perú, que se debate entre un mal menor para quienes todavía creen en el sistema y se concentran en las ciudades más importantes, y un billete de lotería jugado por los más desposeídos, la amplia masa rural, que han creído la promesa de un maestro líder sindical y rural montado a caballo y con sombrero de paja, de que nunca más habrá un pobre en un país rico.
Por eso debemos aplaudir las señales que se están dando desde la Dirección de Ética e Integridad Gubernamental, cuya directora se ha ganado el respeto y la confianza de esta sociedad, no por los altos cargos que ha ocupado en el Estado y partidos políticos, sino por haber hecho los milagros de pasar por estos y permanecer con la misma limpidez, para promover que las prácticas reñidas con la ley y la moral tengan sanciones, como recordó en un breve pero poderoso mensaje en torno a las recientes lastimosas declaraciones del regidor de Higüey sobre las prácticas consideradas por él y muchos otros como normales para que los políticos se enriquezcan ilícitamente en los cargos, de que nadie evitará que él se enfrente a la justicia.
Los partidos políticos tienen que preguntarse porqué han sucedido los hechos que llevaron a sus pares al ocaso en otros países de la región, y decidirse a aplicar urgentes correctivos que mejoren sus prácticas, sus candidatos y su credibilidad, y no cometer el error de pensar que la tolerancia del pueblo es inagotable o la ignorancia o ambición de muchos su eterna aliada, y todos los ciudadanos debemos reclamar que así sea, abriendo bien los ojos para mirarnos en espejos ajenos.