Un colega del Wall Street Journal, de cuando escribí para su página editorial, solía decirme “si crees que un país tocó fondo y nada puede ir peor, verás que siempre todo puede empeorar”. Se refería a Nicaragua cuando los sandinistas tomaron el poder, pero la sabia observación aplica para nuestra honorable Cámara de Diputados.
Un diputado dijo ayer muy seriamente con supino desparpajo que los legisladores son como príncipes y por eso merecen privilegios, creencia tan inconstitucional, insólita y pedestre (cuarta acepción) que no requiere refutación. No bien la opinión pública asimilaba esa agresión a la decencia, el criterio y la sindéresis, esa Cámara aprobó, “por mandato de la alta dirección del PRM”, sustituir a un diputado recién fallecido con la “esposa y madre de dos de los hijos del compañero”.
La vergonzosa barbaridad no es sólo de ahora sino desde antes; ni del PRM y sus diputados, sino de casi cualquier cargo electivo, por cualquier partido. Peor aún, ni siquiera la guillotina moral del escarnio o ludibrio amedrenta a estos malandros. ¡Viva la Pepa!
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