Moscú.- El presidente ruso, Vladímir Putin, no pronunció el nombre de su mayor enemigo, Alexéi Navalni, hasta su repentina muerte en una prisión ártica en febrero de este año. Esto demostró el profundo temor que le infundía el líder opositor, el único que fue capaz de ponerle contra las cuerdas en sus 25 años de mandato.
Sólo un mes después, a mediados de marzo, Putin aludió por primera vez al «señor Navalni», describió su fallecimiento en una remota localidad del círculo polar ártico como «un triste suceso» y desveló que días antes había autorizado su canje. Pocos le creyeron.
Navalni, convertido en indiscutible dirigente opositor al organizar en 2011 las mayores protestas antigubernamentales desde la caída de la Unión Soviética, ya había sufrido un intento de asesinato en 2020 a manos del Servicio Federal de Seguridad, que -según su testimonio- se la tenía jurada.
Con todo, pese a las numerosas advertencias y después de meses de convalecencia en Alemania, retornó a Rusia, donde fue condenado y enviado en diciembre de 2023 a una penitenciaría al otro lado de los Urales, de donde nunca regresaría con vida.
El Kremlin y toda su máquina de propaganda insistieron en que había sido una muerte natural, pero pocos en Rusia y en el extranjero se tragaron el relato oficial. Putin había declarado la guerra no sólo a Ucrania, sino también a su propio pueblo.
En una clara demostración de que las autoridades no tenían la conciencia tranquila, se negaron durante días a entregarle el cuerpo a su anciana madre.
Su muerte le convirtió en un mártir, en un símbolo de la resistencia pacífica contra el autoritarismo de Putin, reelegido un mes después de la muerte del opositor.
La noticia de la muerte de Navalni provocó una ola de indignación que no se veía en este país desde hace muchos años. Las draconianas leyes que reprimen la libertad de expresión y de reunión no impidieron que decenas de miles de personas salieran a la calle a protestar y acudieran a su entierro.
Un legado imborrable
Navalni logró lo que ningún otro político, disidente o activista pudo soñar desde que Putin llegó al poder en 2000. Poner en evidencia la intrínseca corrupción de la vertical de poder erigida por el jefe del Kremlin.
Las denuncias de corrupción en la administración pública alcanzaron su punto culminante en 2021 con la publicación de la investigación sobre ‘El Palacio de Putin. La historia del mayor soborno’, que ha sido visualizado por más de 130 millones de personas en YouTube.
Su ingenio también le permitió desafiar la fraudulenta maquinaria electoral del Kremlin al idear el sistema conocido como Voto Inteligente, que llamaba a apoyar a todo candidato que se enfrentara a Rusia Unida, al que bautizó como ‘partido de sinvergüenzas y ladrones’.
Navalni, un nacionalista en su juventud, tampoco dudó en condenar desde la cárcel la conocida como ‘operación militar especial’ en Ucrania al acusar a Putin de convertir a los rusos en cómplices de «una guerra criminal».
Incluso después de muerto, con la publicación de sus memorias (Patriota) en octubre pasado, Navalni continuó siendo la peor pesadilla del jefe del Kremlin.
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