“Es imprescindible crear democracia real, directa, participativa, en tanto el neoliberalismo se ha implantado, desplegado y consolidado, expropiando la participación del pueblo.”
El neoliberalismo ha operado como una estrategia de las elites burguesas globales y nacionales para reestructurar el capitalismo en crisis y a la larga ha metido a la humanidad en una crisis de existencia y a la civilización capitalista en una etapa de decadencia.
El imperialismo se impuso achicando las funciones económicas y sociales del Estado, no así la represiva ni las que sirven de apoyo al gran capital privado.
El neoliberalismo ha intentado consolidarse privatizando todos, o gran parte, de los recursos públicos; transfiriendo al capital privado las riquezas colectivas (empresas del Estado, servicios públicos, fondos pensiones, puertos, aeropuertos, carreteras, tierra, bosques, playas, minerales, agua…).
Pero no lo ha logrado.
Por esa vía sus modelos de dominación han resultado tan excluyentes y tan generadores de desigualdades insostenibles, que están provocando sucesivas crisis de gobernabilidad y cambios políticos que apuntan, bajo la ambigua denominación de “progresismo”, a nuevas rutas supuestamente en procura de superarlo, no pocas veces sin lograrlo o quedándose a medio camino.
· SOBERANÍA, NUEVA INSTITUCIONALIDAD Y TRANSFORMACIONES SOCIALES
Un punto de partida importante de las nuevas oleadas de cambio ha sido la recuperación de autodeterminación y soberanía en diferentes grado. Pero eso no basta, sino que además requiere tanto de la construcción de una nueva institucionalidad como de la progresiva desprivatización de las riquezas colectivas, devolviéndosela al pueblo en su condición de verdadero dueño de las mismas.
En varios países de Nuestra América, y ahora más recientemente en Honduras y en Chile, se están abriendo, en medio de fuertes resistencias y no pocas vacilaciones, determinadas posibilidades en esa dirección, cuya materialización no está plenamente asegurada; fenómeno común a no pocos procesos calificados de progresistas o reformadores.
En todos los casos donde se han emprendido cambios auto-determinado de diferentes calados, la crisis sistémica está demandando, sobretodo, sustituir el Estado decadente implantado en el contexto del capitalismo neoliberal y producir -mediante procesos muy diversos y originales- la revolución política necesaria, el cambio de actores y sujetos sociales en los mecanismos de poder, creando primero contra-poder paralelo y luego como poder alternativo expresado en una nueva institucionalidad, una nueva Constitución y un nuevo Estado.
En términos estratégicos, y a partir de una transformación del poder estatal combinado con la movilización y organización del poder popular, el cambio exige desprivatizar lo privatizado para socializar esos recursos, cuidando de no volver al estatismo centralista, cargado de prácticas clientelistas y burocracia ineficiente, que sirvió de pretextos a las privatizaciones y se convirtió en una de las causas fundamentales tanto del fracaso del desarrollismo capitalista tipo keynesiano en nuestra América como del colapso del “socialismo real” que llevó la estatización y la burocratización del poder a grados superlativos.
Esta desprivatización, en dirección a la socialización, implica un alto grado de re-nacionalización, recuperación de soberanía y autodeterminación, en la medida las privatizaciones han favorecido sobre todo al capital extranjero-transnacional.
A partir de esa ruptura política con lo viejo se requiere potenciar y re-posicionar el Estado, porque solo con un Estado fuerte se puede presionar, negociar y obtener logros en un contexto internacional adverso como el actual, en el que si bien EE.UU pierde hegemonía conserva capacidad agresiva y de represalia.
Me refiero a un Estado fuerte en lo económico, fuerte en lo cultural, fuerte en lo militar –aliado a otros estados similares en nuestra América y en el mundo- que pueda ofrecer a los movimientos sociales y a las fuerzas del cambio revolucionario un escudo de protección.
Hablamos, por tanto, de recrear, potenciar y re-posicionar un Estado permanentemente controlado y atravesado por la dinámica de la democracia de calle, las luchas e iniciativas de los movimientos sociales y de las fuerzas políticas revolucionarias, que deben mantener su autonomía, capacidad de presión y poder de decisión.
Esto es decisivo para impedir que el nuevo Estado se convierta en presa de de los administradores y gerentes, o de los viejos y nuevos empresarios y las nuevas modalidades de privatización; y para evitar que esas fuerzas sociales y políticas organizadas se fusionen con el Estado y desnaturalicen sus roles. Se trata de crear un poder desde la sociedad civil que posibilite el control social, popular y ciudadano de la gestión pública.
· DEMOCRACIA REAL
Además, es imprescindible crear democracia real, directa, participativa, en tanto el neoliberalismo se ha implantado, desplegado y consolidado, expropiando la participación del pueblo, comercializando y privatizando la política y sus instrumentos (partidos, instituciones), reduciendo la democracia al acto ritual de depositar el voto cada cuatro, cinco o seis años; secuestrando las decisiones, arrebatándosela al votante, corrompiendo, posibilitando que un puñado de magnates y las corrompidas elites de los partido tradicionales, subordinadas al imperialismo, se roben la representación del pueblo y actúen por él
Este aspecto -vinculado a todos los demás de manera sobresaliente (dado el peso del poder político-gubernamental- estatal)- nos emplaza a combatir el neoliberalismo desplegando y potenciando múltiples maneras y formas de democracia:
· Innovando en materia de participación del pueblo trabajador, control social, cogestión y autogestión en todas los órdenes.
· Exigiendo y conquistando participación en las decisiones, en todo lo que sucede en el país, desde la inversión en los municipios, presupuestos de alcaldías, presupuestos de empresas y de gobierno, hasta la política exterior.
Eso es construir poder popular, ciudadanía activa y consciente, contrapoder desde las bases y sectores medios de la sociedad capaz de derrotar el poder de la minoría y todas las modalidades de opresión y exclusión.
Implica nueva democracia, participativa e integral, combinación de representación y democracia directa, despliegue de la democracia de base en barrios, campos, zonas obreras, empresas, escuelas, universidades, clubes culturales, sistemas de salud, educación, deportes…
Democracia integral a favor de las clases y sectores explotados y excluidos, del género oprimido, de las etnias y fenotipos humanos discriminados y de las generaciones subordinadas.
Esto requiere de la creación del poder constituyente autónomo, de sucesivos procesos constituyentes que cambien las bases jurídicas sustantivas y abran paso a la nueva institucionalidad, sustentado en la gestación del contrapoder y del poder social y político alternativo en gestación.
Precisa de una línea programática y de acción popular que posibiliten desmontar en forma más o menos acelerada el modelo neoliberal y la vieja y decadente institucionalidad y abrirle espacio a la socialización y democratización progresiva en función de prioridades, necesidades y posibilidades estimuladas por la voluntad transformadora de los/as actores/as revolucionarias.
Esto tiende a dinamizar una sociedad post-neoliberal de esencia post-capitalista, creando las premisas para una socialización y un desarrollo de más alto vuelo de la economía, la política y la cultura.
Su dinámica ascendente no podría prescindir de una adecuada separación, complementación y armonía entre los movimientos sociales y demás fuerzas del cambio revolucionario, de una parte, y el nuevo Estado que se vaya configurando, de la otra.
Como el Estado es por sí centralizador de decisiones, se requiere de la autonomía de los movimientos sociales y las fuerzas político-sociales transformadoras que por definición implican expansión y descentralización de las decisiones.
El Estado es concentrador. El Estado, aun en rol transformador, como poder central tiende a separarse de la sociedad, y debe ser contrarrestado por las fuerzas que representan la socialización de las decisiones, la democracia verdadera, el contrapoder capaz de posibilitar el avance de la sociedad hacia el no poder.
Esa tensión, esa contradicción, habrá de estar presente en todo el proceso de consolidación de la sociedad post-neoliberal, en todo el curso de la transición al socialismo.
Solo habrá de desaparecer a largo plazo cuando se logre extinguir el Estado y crear simultáneamente y a continuación una sociedad basada en la asociación de seres humanos plenamente libres, intensamente solidarios y emancipados de toda coerción y todo miedo. Seres humanos realmente nuevos, liberados de egoísmos y de individualismos infecundos.
¿Cuál es la gran limitación para impulsar un proceso transformador con esas características?
Sin dudas se trata de los grandes déficits en la conformación de un liderazgo legitimado por sus aciertos, los retrasos en la creación de una fuerza conductora y articuladora de la diversidad revolucionaria, de una nueva vanguardia generadora de conciencia colectiva y organización capaz de ayudar a derrotar todos y cada uno de los planes contrarrevolucionarios, de vencer la resistencia violenta de la fuerzas que se aferran a su vieja dominación, innovar en la firmeza para que la nueva sociedad termine de nacer y desarrollarse.
Ese es el desafío mayor en tiempos en que los grandes cambios tocan persistentemente las puertas de nuestras convulsionadas sociedades.