Otra bala perdida, otra tragedia.
Otra bala perdida, otra tragedia.
Esta vez, una niña de nueve años en Capotillo pagó con su futuro el precio de la violencia descontrolada que asfixia a tantos barrios dominicanos. No volverá a caminar, y mientras su familia intenta entender lo incomprensible, el país entero debería preguntarse por qué seguimos aceptando esta barbarie como rutina.
Las balas no se pierden solas: alguien las dispara, alguien permite que circulen armas sin control, y un sistema entero falla cuando una menor queda atrapada en una guerra que no es suya. Cada disparo sin consecuencia es un fracaso colectivo del Estado y de la sociedad.