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Otro año que se va

Quisiera que midiésemos la vida no por años, como hacemos, sino por décadas, para así sentir menos el peso del tiempo, pero se trata de una utopía mía y tal vez solo mía. De todas formas, y sea cual sea la edad de quienes me honran leyendo mis garabatos semanales, vivan la vida intensamente y disfruten lo que tengan, ya que el tiempo se nos escapa raudo y sigiloso. ¡Feliz 2020!

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El tiempo corre de prisa, sin detenerse, llevándonos a todos de paso, y solo cuando alcanzamos cierta edad es que advertimos cuan acelerada ha sido su marcha, o si se prefiere, cuan pesado es el fardo de años que llevamos a cuestas. Con espejo retrovisor en mano, miramos atrás y rebuscando en los vericuetos de la memoria, alcanzamos a recordar una ínfima porción de lo mucho que hemos dejado atrás.

Decía García Márquez que era un triunfo de la vida que la memoria de los viejos se pierda para las cosas que no son esenciales, y sin ánimo de desmentirlo, lo cierto es que su erosión irremediable, la de la memoria, hace que hasta para los recuerdos que de verdad nos interesan termine también fallándonos. Sí, porque llegamos a tener una idea tan flexible de la juventud que la vejez nos parece siempre lejos, por lo que solemos abandonar al olvido lo que vamos viviendo hasta que caemos en cuenta que la vejez, poco a poco y con pasos sigilosos, nos asalta de golpe.

Nuestro consuelo es creer que la edad no es la se tiene, sino la que se siente, pero sea como fuere, estamos en diciembre, que ya ha corrido más de la mitad de sus días. Con implacable puntualidad volvió para traernos sus brisas navideñas acompañadas de sus cielos diáfanos. Llegaron también las fiestas, los pasteles en hoja, los fuegos artificiales, las guirnaldas y otras tantas cosas que, en verdad, nada tienen que ver con el niño que nació hace más de dos mil años en un pesebre de Belén.

El martes próximo, al toque de las doce y entre repiques furiosos de campanas y descargas de pólvora, se anunciará la llegada del 2020, año que al igual que este que languidece y que todos los que les han precedido, vendrá condenado a perecer al compás del tráfago indetenible del tiempo. Se me atraviesa la inquietud de lo que nos trae, pero no me arriesgo a adelantar nada. Para todos nosotros y con la bendición de Dios, serán otros 365 días en los que comprobaremos que se envejece más y peor en los retratos que en la realidad, y como un oráculo brutal al oído nos recordará que hagamos lo que hagamos, en este nuevo año o dentro de cien, emprenderemos el viaje hacia el misterio.

Quisiera que midiésemos la vida no por años, como hacemos, sino por décadas, para así sentir menos el peso del tiempo, pero se trata de una utopía mía y tal vez solo mía. De todas formas, y sea cual sea la edad de quienes me honran leyendo mis garabatos semanales, vivan la vida intensamente y disfruten lo que tengan, ya que el tiempo se nos escapa raudo y sigiloso. ¡Feliz 2020!

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