El sábado conocí a un cura sencillo, como los tantos que andan por ahí predicando el Evangelio, más que con palabra, con hechos que reclaman justicia y felicidad terrenal; un cura que habla en dominicano para que se le entienda mejor antes y después del altar; un cura que extiende la mano con una sonrisa abierta que no tiene nada de protocolar; un cura que desde que era simple párroco en pueblos del Cibao, hasta hoy, no ha cambiado su forma de ser y de pensar; un cura, en fin, que nunca ha sido protagonista de ningún destemplado escándalo verbal. En verdad, Francisco Ozoria, Arzobispo de Santo Domingo, me cayó bien.
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