Un rasgo distintivo de la política es que está cargada de pasión, con mayor o menor intensidad según el contexto, pero pasión al fin. Esto es así porque la condición inescapable de la política es la conflictividad, la lucha de visiones e intereses que genera necesariamente emociones fuertes, esperanzas, frustraciones y deseos, tanto individuales y colectivos. La virtud de la democracia es que los conflictos se dirimen y resuelven a través de canales institucionales sobre la base de la regla de la mayoría, más los controles y contrapesos que protegen los derechos de las minorías que en otro momento pueden llegar a ser mayoría.
Aunque apelamos con frecuencia al uso de la razón y no sólo de la pasión en los procesos políticos, lo cierto es que la interrelación entre las aspiraciones colectivas, el liderazgo y los discursos políticos está fuertemente impactada por factores emotivos e intuitivos y no sólo por cálculos fríos y racionales. Las sociedades democráticas viven cíclicamente momentos de movilización, cargados pasión, cuando el pueblo es interpelado por diferentes partidos políticos y candidatos en el marco de la competencia electoral. Uno de los grandes logros de la tradición liberal-democrática es que creó las condiciones para que los conflictos políticos no se resuelvan a través de la violencia ni por la imposición autoritaria de unos sobre otros, sino por medio de la lucha pacífica, la deliberación pública y la convocatoria al pueblo para que apoye una u otra oferta electoral en un proceso competitivo.
En lo que respecta a la política dominicana, esta se ha caracterizado, durante décadas, por la gran pasión que pone el pueblo cuando llega el momento de la competencia electoral. Independientemente de las condiciones sociales y de ciertas prácticas que empañan nuestra vida política (clientelismo, compra de votos, transfuguismo, entre otras), lo cierto es que el electorado se activa, se moviliza y se apasiona en los procesos electorales. Los partidos políticos han sido factores fundamentales en canalizar la movilización social, inspirar a la mayoría de la población y generar competencias electorales en las que se pone de manifiesto la pasión y la movilización de los diferentes colectivos políticos.
Esta vez, a menos de dos meses de las elecciones presidenciales y congresuales, esa pasión que ha marcado la política dominicana en la etapa democrática está ausente. Podría decirse, sin caer en exageración, que la gente ni siquiera está poniendo atención a la competencia entre los diferentes partidos y candidatos. La propia prensa está reseñando muy poco, si acaso, las actividades de la campaña electoral, o podría ser que simplemente hay un nivel tan bajo de activismo electoral que no genera interés informativo para los medios de comunicación.
Comparando datos, es posible comenzar a arrojar luz de lo que podría estar pasando en la política dominicana. En las elecciones presidenciales de 2020 hubo 508,601 votos válidos menos que en 2016, lo cual arrojó un porcentaje de participación de apenas 55.29% en contraste con los niveles históricos que rondaban el 70% o más. Por supuesto, esas elecciones estuvieron impactadas por la pandemia del COVID-19, por lo que no puede usarse como un referente necesariamente válido para llegar a conclusiones sobre la abstención electoral como nuevo patrón de comportamiento político de la ciudadanía dominicana. En esa oportunidad, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), con sus aliados, obtuvo 1,537,078 votos menos que los que obtuvo en 2016, mientras que el Partido Revolucionario Moderno (PRM), con sus aliados, obtuvo 501,644 votos más que en 2016, pero apenas 24,677 votos por encima de los que obtuvo esa fuerza política en las elecciones de 2012, en ese momento con la sigla del PRD.
En las elecciones municipales de 2024 resultó impactante la tasa de abstención en los grandes municipios. Por ejemplo, en el Distrito Nacional, Santo Domingo Este y Santiago de los Caballeros la abstención fue de 63%, 66% y 68%, tasas elevadísimas que muestran una gran apatía y desmovilización política en estos centros urbanos. Según la encuesta GALLUP-RCC Media, el 36.20% no votó porque no tenía deseos o porque no tenía simpatía por ninguno de los candidatos. Ese es un porcentaje relativamente alto, pero no refleja plenamente lo que ocurrió en esas en las grandes demarcaciones electorales.
Sin duda, la separación de las elecciones municipales de las presidenciales y congresuales con sólo tres meses de distancia genera un desincentivo a votar en las municipales. El problema está en que como los partidos políticos pusieron mucho esfuerzo en esas primeras elecciones, estos se quedaron, especialmente los partidos de oposición, con pocos recursos y sin la energía y el entusiasmo para empezar el nuevo ciclo de competencia electoral. La muestra está en que, habiendo pasado algo más de un mes de las elecciones municipales, los partidos políticos no han podido activarse con el nivel de intensidad que se espera de cara a unas elecciones presidenciales y congresuales.
La explicación más expedita -y tal vez válida- del grado de desmovilización y desmotivación que caracteriza actualmente el ambiente político dominicano es que el electorado percibe que el presidente Luís Abinader tiene asegurada su reelección. No obstante, este razonamiento no da cuentas, por ejemplo, de que en las elecciones de 2016 el presidente Danilo Medina también tenía su reelección asegurada, como en efecto ocurrió al alcanzar cerca de 62% de los votos, pero en esa oportunidad se mantuvo la intensidad y la pasión en la competencia electoral.
Otra explicación de mayor calado es que hay una desmotivación y desapego en el electorado porque porque no hay discursos ni ofertas que entusiasmen y movilicen a la gran masa votantes. De ser así, el sistema político estaría experimentando un cambio dramático en cuanto a la relación entre partidos políticos y sociedad, lo que podría generar, políticamente hablando, un “terreno de nadie” bastante amplio que podría ser propicio, más adelante, para candidaturas fuera de los partidos políticos que, como muestran muchos ejemplos, no auguran nada positivo para la vida política del país.
Es prematuro para hacer proyecciones o llegar conclusiones firmes sobre esta cuestión. Hay que esperar a que el electorado se exprese el 19 de mayo, y ojalá lo haga con una votación masiva que exprese su identificación, compromiso y entusiasmo con la democracia y el sistema de partidos, independientemente de quien resulte ganador. Para que esto ocurra, los partidos políticos y sus candidatos tienen el desafío inminente de sacudirse, sintonizar con las expectativas sociales, renovar sus discursos y propuestas, generar confianza y motivar la participación política. De no hacerlo es muy probable que se mantenga el estado de apatía, desmovilización y ausencia de pasión que caracteriza la actual competencia electoral, algo no deseable si se quiere una democracia fuerte y vibrante con partidos políticos que sean canales efectivos para articular y representar las aspiraciones de los diferentes sectores sociales.
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