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Pedernales en barco

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Indolencia, abuso, negligencia, desprecio, connivencia, irresponsabilidad, vagabundería, silencio cómplice, sinvergüencería…

¿Habrá algún calificativo menos fétido para la actitud asumida por las autoridades de Pedernales y nacionales frente al abandono de un carguero de combustibles con bandera hondureña varado no se sabe desde cuándo en el mar Caribe, a la nariz de la reliquia Bahía de las Águilas, y ahora al tris de desparramar todo su veneno sobre el ecosistema de ese lugar del suroeste dominicano?

No lo creo. Pero se lo merecen.

Medio Ambiente quiere ahora asumir un protagonismo que debió exhibir con acciones duras al enterarse del supuesto accidente. La Marina se limita a decir que todo está bajo control y que reinicia investigaciones cuando debió ser sistemática reportando el peligro. El senador Dioni Sánchez brota desde su silencio culpando a otros de un problema que él debió tener tan presente desde el primer día, como vigente ha tenido el cantaleteo oportunista sobre desarrollo de su turismo en las tierras cercanas a la bahía y las playas de los municipios de Pedernales y Oviedo. Cancillería apenas se enteró…

Han reaccionado porque lo han visto en los medios de comunicación. O sea, están en todo, menos en misa; o sea, incumplen con sus caras funciones y con la responsabilidad de servir a la sociedad. O sea, responden ahora para aplacar el ruido que perciben. O sea, renuevan la demagogia…

He visto todos los periódicos que han tratado el tema. Todo registran fechas diferentes sobre el encallado: 2002, 2003, 2004, 2007… ¡Cuánta pena!

Imagino entonces que el supuesto accidente ocurrió un día cualquiera de la primera década de este siglo. Y que ese barco, en el destierro desde entonces, como el suroeste desde su nacimiento, con sus 250 toneladas de fuel oil, bunker c, AC-30, lubricantes y demás –por lo menos eso han dicho–, ha servido quizás como guarida para ricos diálogos y arrumacos amorosos entre alcatraces y aves migratorias que viajan desde La Florida, con el correspondiente brecheo de manatíes y careyes, y para transacciones de alucinógenos que les ayuden a evadir la desigual competencia en las profundidades de sus mares.

Ese es un barco santo, una maravilla enviada por Dios. Una nave a preservar para que la fauna marina celebre sus fiestas y, de vez en cuando, se la alquile al vecindario: iguanas, cangrejos, judías, chivos y cerdos cimarrones. Así se ganaría unos pesitos o dolaritos o euros para “comprarse” algunas “parcelitas” en la bahía, en Bucanyé o en la recta de Sansón, para fines de vacaciones de Semana Santa.

Si no se llevan este sano consejo y les da por desguazarlo, os propongo que gestionen indemnizaciones con intereses y moras al gobierno de Honduras. Y que ese dinerito lo usen, sin intermediarios, para construir un Instituto Tecnológico en Pedernales. Algún día debe comenzar la reparación de daños acumulados a esta provincia fronteriza que –me han dicho—pertenece a República Dominicana.

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