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¡Por fin brillaron Las Estrellas! 

De los ingenios quebrados, de todos los rincones orientales, y de los más diversos sectores sociales llegaron los danzantes para la celebración que duró hasta la noche del sábado.

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Hace unos años cuando veíamos a profesores universitarios dejar aflorar lágrimas en una derrota de las Aguilas,  aunque habían ganado 4 de los últimos 10 torneos, vaticinamos con tristeza: a llorar vamos en Macorís el día que vuelvan a ganar Las Estrellas. La victoria se escapó durante más de medio siglo, especialmente en 12 ocasiones que fueron a la final, con tan mala suerte que a veces se desplomaban inexplicablemente después de todo el torneo en la cima, o cuando en la serie final los dos lanzadores estelares sufrieron lesiones en un accidente automovilístico. EDn el 2000 pelearon con las Aguilas hasta el hálito 27. En el 2015 brillaron de primeras en la serie regular y en la seminal, pero se apagaron después de hacer 24 carreras en los dos primeros de la ronda definitiva.

No valió en alguna final ni el incienso del obispo, porque “el fucú” reaparecía una y otra vez para frustrar a los aficionados beisboleros más leales, con un equipo que data del 1910, al que sólo se le acreditaban tres coronas, en 1936, 1954 y 1968. La frustración y el sufrimiento parecían patrimonio de Macorís, la jurisdicción que más estrellas ha aportado al beisbol.

Cada año se nos prometía el año verde, hasta que resultó ahora, con una impresionante determinación de directivos, entrenadores, jugadores y aficionados, que comenzaron a celebrar desde que el equipo concluyó la semi final en primer lugar. La noche del miércoles 23 de enero se rompió el maleficio y los macorisanos lloraron repasando el largo calvario, algunos evocando a Domínguez Charro cuando cantó al viejo negro del que fuera principal puerto del país: embárcate en la leve piragua imaginaria de tu inconsciente mártir y llora inconsolable en esta noche lánguida, sólo un millar de estrellas verán correr tus lágrimas”.

Macorís, la ciudad más pluricultural, de aportes españoles, africanos, árabes, cocolos y haitianos, celebró acompañada de casi todos los aficionados del beisbol dominicano, vitoreando a los Mallén y los Tatis, a Lake y Sirí y a esos lanzadores nativos y cubanos que no permitieron carrera a los Toros en sus últimas 24 entradas. Y recordó a su legión de estrellas, desde Tetelo Vargas, Chico Conton, Walter James, el Mulo Jiménez, Vidal Nicolás, Bell Arias, Ricardo Carty, Rafael Batista, Rafaelín Ramírez, Alfredo Griffin, Félix José, Silvano Quesada, Radhamés Liz…

Los petromacorisanos han celebrado durante 4 noches y tres días, como si el pueblo se hubiese levantado para recuperar el esplendor de la danza de la caña y del azúcar, o si su puerto recuperaba la dinámica y se remozaban sus vetustos edificios y sus calles se vacunaban contra las inundaciones. Por allí asomaba Pedro Mir con su Son del Ingenio, en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol, y que siguiendo el carril de la carreta un boyero se extingue con la tarde.

Aunque siempre he rehuido todo fanatismo, durante toda la vida mantuve mi afición por las Estrellas, concurriendo a sus juegos apenas 4 o 5 veces por año, prevenido contra las mil frustraciones y decepciones, empuñando los retazos de aquel domingo 29 de agosto de 1954, cuando a los 9 años mi padre, el estrellita impenitente don Nico Díaz, me llevó al viejo estadio para ver el triunfo de las Estrellas Orientales, y desfilar con los guloyas en carnaval de ramos verdes, vitoreando a Tetelo, a Papito Mateo y Manolete Cáceres, al Carrao Bracho, Wenceslao González y Valentín Arévalo, con Ramón Bragaña de mánager, cubano como Tony Pacheco que las llevaría a la victoria del 1968.

Seguros de que esta vez saldrían victoriosos, los directivos orientales confeccionaron miles de banderas para que no sacrificaron los árboles, y las telas verdes escasearon. De los ingenios quebrados, de todos los rincones orientales, y de los más diversos sectores sociales llegaron los danzantes para la celebración que duró hasta la noche del sábado.

Y resucitó René del Risco cuando sentado en el parque Salvador, frente al Bebe y Vete esculpía la figura central de Ahora que Vuelvo Ton, evocando los años que van cayendo con todo su peso sobre los recuerdos, sobre la vida vivida, y el pasado comienza a enterrarse en algún desconocido lugar, en una región del corazón y de los sueños en donde permanecerán, intactos tal vez, pero cubiertos por la mugre de los días.

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