Me hicieron esa pregunta y me aturdí al dar la respuesta. Como un volcán brotaron de mi mente los recuerdos: alegrías, luchas, nostalgias, satisfacciones ¡grandes satisfacciones! Caramba, no me había detenido a pensar en mi función de madre ¿Qué he sentido? ¿Que siento? ¿Que he hecho?
Imposible hablar de ser madre sin referirme a lo que me da el calificativo de tal: mis hijos. Mi pensamiento vuela al pasado. Recuerdo cuando salí embarazada ¡cuanta emoción! Mis hijos fueron deseados, buscados, producto de un gran amor ¡Cuanto sustitos al sentirlos en mi vientre, que dependían de mí, que debía cuidar!
Cuando nacieron mis dos hijos, con dos años de diferencias, me vi envuelta en un mundo de ensueños, alegrías, trasnoches, biberones y responsabilidades. Todas las tareas por difíciles que fueran me resultaban placenteras. Mi esposo, ya no era lo único importante para mi, se integraron nuestros hijos. Llenaron nuestro escenario con más luces y alegrías.
Es lo más maravilloso que ha sucedido en mi vida. Aprendí a amar todos los niños y a estar atenta a los jóvenes.
Cumplía mi misión de mamá como por encanto, serena, sin angustias. Los niños crecían sanos y alegres bajo la atenta mirada de su padre y la mía. Cuando tenían tres y cinco años, por una de esas jugadas del destino, su padre decidió explorar otros caminos…. Quedé sola con la tremenda responsabilidad de educarlos y hacer de ellos, hombres de bien.
¿Cómo lograrlo en un medio social con tantos antivalores? Me asusté. Reaccioné de inmediato. Amarré mis temores y tristeza y me concentré en su formación integral. No es cuestión de cuidar su cuerpo, debo atender su alma, pensé.
Para garantizar su estabilidad emocional, no hice cambios significativos en su escenario: el mismo colegio, vecinos, etc. Fui siempre muy selectiva con las personas que visitaban mi hogar y muy cuidadosa al manifestar admiración hacia alguien.
Mi mejor inversión fue el tiempo, esfuerzos y recursos dedicados a ellos. Hoy, son adultos juiciosos, honestos, responsables ¡muy trabajadores! Ingenieros civiles, con maestría en Europa, aman su profesión y se desplazan sin temor, por diferentes continentes, dejando huellas positivas. Saben que más importante que lo material es la paz espiritual.
¿Qué hice como madre? Muchas cosas. Dentro de ellas, actuar siempre basada en principios morales y cristianos; ser como un pararrayo en el hogar con capacidad de neutralizar las descargas negativas, para que no tocaran mis hijos; dejarlos actuar en libertad y en sus tropiezos, ayudarlos a levantar y aprender las lecciones.
Indiscutiblemente, madre debe ser siempre un rinconcito acogedor, donde los hijos se forman con amor y encuentren luces. Esta misión tiene el mágico encanto de ser placentera, aun en momentos de grandes limitaciones y sacrificios. El amor proporciona coraje y firmeza para trabajar cualquier proyecto y muy especialmente, el más valioso y hermoso de la vida: la educación de los hijos.
Cada día agradezco a Dios y sonrío complacida al recordar, la grata y maravillosa experiencia de haber contribuido en la formación de dos hijos tan estupendos como Pietro y Pierre Porrello.
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email