Las hermanas Mirabal, también conocidas como Las Mirabal o Las Mariposas, fueron tres hermanas dominicanas que se opusieron a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.1 Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron asesinadas el 25 de noviembre de 1960. Una cuarta hermana, Bélgica Adela «Dedé» Mirabal, no tuvo un papel activo en las actividades contra el dictador.2 La hermana mayor, Patria, no tenía el mismo nivel de actividad política que sus otras hermanas, pero las apoyaba; incluso prestaba su casa para guardar armas y herramientas de los insurgentes.
El 18 de mayo de 1960, las hermanas Minerva y María Teresa habían sido juzgadas en Santo Domingo, al igual que sus esposos, por atentar contra la seguridad del Estado dominicano. Se les declaró culpables y fueron condenadas a tres años de prisión. Inmediatamente todos comenzaron a purgar sus penas, pero ellas no durarían mucho en la cárcel.
En un gesto extraño, el 9 de agosto y por disposición expresa de Trujillo, Minerva y María Teresa Mirabal fueron puestas en libertad. Sus maridos, sin embargo, continuaron en prisión. Estas disposiciones de Trujillo tenían un doble propósito: por un lado, pretendía demostrar su «generosidad»; por el otro, les daba la libertad a aquellas personas a quien él quería seguir hostilizando. Este último era el caso de las Mirabal.
Ya fuera de Puerto Plata, el jeep se desplazaba por la serpenteante carretera y al llegar al puente de Marapica, fueron detenidos por cuatro hombres que iban en un cepillo, el cual atravesaron en medio del puente. Las tres mujeres fueron obligadas, a punta de pistola, a subirse al asiento trasero del vehículo de sus verdugos, mientras tres de estos se montaban con el chofer en el jeep, dirigiéndose hacia La Cumbre, donde estaba la casa, en la que les esperaba el capitán Peña Rivera para darles las instrucciones finales.
Los dos vehículos entraron al patio de la casa. Las hermanas y el chofer fueron llevados a la fuerza por los sicarios dentro de la casa. De inmediato, Peña Rivera hizo una seña a de la Rosa para que actuaran, retirándose hacia una lejana habitación de la casa. Entró a la casa y los repartió entre sus otros tres compañeros que debían ejecutar el plan, al igual que pañuelos para ahorcar a las víctimas.
Fue así entonces, que durante varios minutos unos quejidos y alaridos fueron emitidos (que no pudieron escucharse fuera de la estructura de la vivienda construida de adobe y forradas de caoba). Posteriormente, los sicarios con la respiración entrecortada, dieron por terminada su labor de exterminio.
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